lunes, 30 de junio de 2008

Poemas a la deriva

Siete poemas en prosa


Me encontré con el poeta Mark Strand[1] en la calle. Inmediatamente me desafió bebiéndose una copa de vino de cabeza. Estaba pasmado. Ni siquiera derramó una gota. Era una de las botellas que Baudelaire le robó a su padrastro embajador en 1848. "¿Es esto lo que se conoce como realidad subjetiva?” le pregunté. Años atrás este mismo Strand tradujo un famoso poema quechua sobre un hombre que crió una mosca con alas de oro dentro de una botella verde. ¡Y mírenlo ahora!

Soy el último de los soldados napoleónicos. Casi doscientos años después y todavía me estoy retirando de Moscú. El camino lo cercan abedules blancos y el lodo trepa hasta mis rodillas. La tuerta quiere venderme un pollo, y ni siquiera llevo ropas encima.
Los alemanes van para un lado y yo voy hacia el otro. Los rusos todavía van para el otro lado y saludan despidiéndose. Tengo un sable ceremonial. Lo uso para cortarme el pelo, que mide un poco más de un metro.

Comedia de errores en un elegante hotel del centro
La silla es en verdad una mesa burlándose de sí misma. El perchero[2] acaba de aprender a darles propina a los mozos. A un zapato le sirven una bandeja con caviar negro.
"Mi más querido y estimado señor,” le dice una palmera en un macetero a un espejo. “es absolutamente inútil emocionarse.”

Margaret estaba copiando las instrucciones para cocinar "santos asados con cebollas” de un antiguo libro de recetas. Los diez mil sonidos del mundo fueron silenciados para que pudiéramos oír su lápiz rayando. El santo estaba dormido en la habitación con un trapo mojado sobre sus ojos. Afuera por la ventana, el dueño del libro se sentó sobre un manzano en flor asesinando limones con sus uñas.

La ciudad había sucumbido. Llegamos a la ventana de una casa dibujada por un loco. El sol en su ocaso brilló sobre algunas máquinas de futilidad abandonadas. "Recuerdo," alguien dijo, "cómo en tiempos antiguos uno podía convertir a un lobo en humano y luego sermonearlo hasta aburrirse.”

Había confundido a los personajes en la larga novela que estaba escribiendo. Se olvidó quiénes eran y qué hacían. Una mujer muerta reapareció cuando fue hora de comer. Un vendedor de puerta en puerta emergió de una casa rodante entre los montes, estaba vestido con un kimono japonés. El día en que supuestamente el asesino sería electrocutado estaba comprando flores para una tal Rita, que resultó ser una chica de 10 años con lentes gruesos y trenzas. . . Y así fue.
Sin embargo nunca hizo nada por mí. Me volví cada vez más viejo y huraño, como se supone estando en un andrajoso pueblucho que siempre describió como “muerto” y “cerca de nada.”

Mi padre adoraba los extraños libros de André Breton. Levantaba su copa de vino y brindaba por esas remotas veladas “cuando las mariposas formaban un encintado único y continuo” O íbamos a mear en el callejón de atrás y decía: "Aquí tienes unos binoculares para ojos vendados." Vivíamos en una destartalada casucha que olía a viejos y a sus mascotas.
"Suspendido en el borde del abismo, impregnado con el perfume de lo prohibido," nos turnábamos para cortar la salchicha ahumada sobre la mesa. “Adoro norteamérica,” nos decía. Íbamos a hacer un millón de dólares manufacturando objetos que habíamos visto en sueños esa noche.




[1] (strand varado, abandonado)

[2] Literalmente se dice coat tree, o árbol de abrigos.

miércoles, 25 de junio de 2008

UNA CANCIÓN PARA EMBORRACHARSE Y ZARPAR

Singapur

(coro)
Zarpamos hoy para Singapur
Aquí todos estamos locos como liebres
Me enamoré de una mora local
Huí a la tierra de Nod
Bebí con todos los chinos
Recorrí las alcantarillas de París
Bailé al son del viento colorido
Lo estropeé por una cuerda de arena
Tienes que despedirte de mí

Zarpamos hoy para Singapur
No te duermas mientras estés en tierra
Traiciona a tu corazón y espera morirte
Cuando escuches a los niños llorar
Deja que la médula y el machete decidan
Mientras deambulas buscando zapatos de niño
Por el callejón, de vuelta del infierno
Cuando escuches el campanario
Tienes que despedirte de mí

Lava ése ancla con gasolina
Hasta que sus uñas estén duras y viles
Desde ahora, muchachos, este barco de hierro es su casa
Así que suspiren y despídanse, muchachos

Zarpamos hoy para Singapur
Recojan sus sábanas del suelo
Lávense la boca, salgan por la puerta
Toda la ciudad está hecha una mena de hierro
Cada testigo se vuelve vapor
Todos se vuelven ensoñaciones italianas
Llenen sus bolsillos con tierra
Consíganse una de a dólar
Despídanse, chicos, suspiren y despídanse

El capitán es un enano manco
Está lanzando dados por el embarcadero
En la tierra de los ciegos
El tuerto es rey
Así que toma este anillo

(coro)

lunes, 16 de junio de 2008

Sordomudo en una cabina telefónica: Un día perfecto con Lou Reed: Lester Bangs, Revista Creem

Ingresas al comedor del Holliday Inn con la expectación de conocer por fin a uno de los hombres-límite en la música y la psicología de nuestro tiempo. Lou Reed, que con su banda Velvet Underground cantaba sobre travestis y heroína al menos cinco años antes de que tales obsesiones alcanzaran el nivel masivo. Que inició su regreso como solista el verano pasado en Inglaterra, y que bajo el alero de David Bowie produjo Transformer, un clásico del rock tremendo y original. Quien, después, habiendo por fin salido del clóset, volvió a su casa de Nueva York y comenzó 1973 casándose con una actriz (y también mesera) llamada Betty (su nombre artístico, Krista) Kronstadt.

Encima de todo eso, Transformer y su single son enormes hits. Lou Reed no sólo es una leyenda, también es una estrella. En una de las entrevistas que dio el pasado verano, Lou dijo: “puedo crear un ambiente sin decir una palabra, con sólo estar dentro de una habitación.”

Tenía razón. Te sientas, y te aseguro que te das cuenta muy rápidamente de que hay un gordo vagamente desagradable en una mesa llena de gente donde se incluye a su rubia novia. Al poco rato se te acerca y su tic se hace más evidente, y te concentras en él fastidiando tu comodidad. No es sólo que Lou Reed ya no parece una estrella de rock. Su cara tiene la palidez de un asilo de ancianos, y la grasa circunda sus lados. Bebe Johnny Walker negro toda la tarde, sus manos tiemblan constantemente y cuando levanta su vaso para beber tiene que doblar la cabeza como si no pudiera llegar a su boca de otra manera. A medida que se emborracha, su ojo izquierdo empieza a perder sincronización.

A pesar de todo esto, sin embargo, se las arregla para hacer justicia a su reputación de volver las entrevistas incómodas. Te mira fijo con ese oxidado ojo fuera de órbita, carraspea y gruñe y te miente en tu cara y no puedes hacer nada. Te miente sobre su música y sobre las portadas de sus álbumes (“Era yo vestido de travesti en la contraportada de Transformer.”) Más que nada, miente sobre sí mismo. Pero lo certifica diciendo “de todas maneras, no me especializo en decir la verdad la mayoría de las veces.”

Aún así, muestra calma sobre todo lo que dice, así que no puedes enojarte mucho por eso. Como cuando Nick Kent, que está aquí también entrevistándolo para la revista New Musical Express, está en medio de una pregunta y Lou lo interrumpe: “¿No tienes calor con esa bufanda?”

“No,” resopla Nick acomplejado, “estoy resfriado.”

“Prueba el ungüento VapoRub,” lanza el enfermero Lou, “llegué con un feo resfriado a Boston, y funciona. Tienes que acostarte por dos o tres días con esa asquerosidad en el pecho y una toalla o algo así, y cada cierto alguien tiene que tener el valor de acercarse al frasco de esa mierda y ponértelo en el pecho. Como esa vez, recuerdo…” está divagando “…en que estábamos todos tomando ácido y descubrimos el gel para el pelo Dippity-do, y todos dijeron ‘¡es fantástico, es como una concha!’ Así que corrimos al baño a meterle el dedo al frasco.”

Todo es una broma para este payaso borrachín; ¡de verdad vive el argumento de divertirse un poco! Sin embargo es cierto que preocupa a sus amigos y fans verlo en tal salud decadente. Pero incluso de eso puede hacer un chiste. En cierto momento le pregunté cuándo pensaba morir.

“Me gustaría vivir hasta ser un viejo decrépito y cultivar sandías en Wyoming.” Luego se toma otro sorbo y me bravuconea: “¿sabes que te voy ganando en tragos? dos a uno”.

“¿Estás orgulloso de ti mismo?”

“Sip. No. En verdad no; es sólo que un trago de whisky es tan pequeño que tienes que chuparlo como un bebé o algo así. Yo bebo constantemente.”

“Cómo deja tu sistema nervioso?” indago.

“Lo destruye,” sonríe.

“¿Entonces cómo piensas cultivar tus sandías?

“Bueno, mi tiempo llegará. Por ahora me estoy cansando del licor porque no hay nada lo suficientemente fuerte. Ahora, si estuviéramos tomando 150 tragos de sake, o algo así…ENTONCES podría emborracharme.”

Es igualmente franco sobre el tema de las drogas. “Me drogo simplemente porque en el siglo XX, en la era tecnológica viviendo en la ciudad, hay ciertas drogas que tienes que tomar para sentirte normal como un hombre de las cavernas. Ya sea para subirte o bajarte, pero para mantener el equilibrio necesitas tomar ciertas drogas. Ni siquiera te hacen volar, sino que te vuelven normal.”

El “normal” de Lou alcanzó un Malboro. Mientras se enredaba para sacar un fósforo y prenderlo, sus manos temblaban tan fieramente que dudaba si podría prender el cigarro.

La entrevista estaba saliendo tan fabulosa que sabía que era el momento de afilar los garfios e ir al meollo del asunto, a hablar sobre sexo. ¿Qué puedes decir sobre las relaciones entre lo que haces artísticamente y la escena gay en general y específicamente?

Por primera y única vez, estuvo pulidamente elocuente. Escuchen chicos, pueden creer que tienen sus crisis de identidad y sus juegos de desvíos sexuales solucionados plenamente sólo porque asisten con los labios pintarrajeados y embrillecidos al concierto de David Bowie más reciente, pero escuchen a su papi Lou. Él tiene otro punto de vista que ofrecerles, mocosos sabelotodo:

“El maquillaje hoy en día es simplemente es una cosa de modas, como usar zapatos de plataforma. Si la gente tiene la homosexualidad dentro, no necesariamente necesitará maquillaje. No puedes fingir ser gay, porque ser gay significa chupar vergas y que te lo metan. Creo que hay algo básico que se reduce a que un tipo, si es hetero, va a decir en un momento que no: ‘voy a actuar como gay, voy a hacer esto y aquello pero no puedo hacer eso’ Igual que una persona gay que se comporta como heterosexual, pero si le dices ‘está bien, métete en la cama con esa chica’ tendrían primero que tener una erección, y no pueden.”

“La noción de que todos son bisexuales es una frase muy común hoy en día, pero creo que su validez es limitada. Podría decir algo así como ‘si de algún modo mi álbum ayuda a la gente a decidir quiénes o qué son, entonces he logrado algo en mi vida.’ Pero no creo en eso para nada. No creo que un álbum vaya a hacer nada. Puedes escuchar un disco y decir ‘Oh, esto realmente me convirtió a la vida gay, voy a ser gay’ Mucha gente tendrá una o dos experiencias, pero eso será todo. Las cosas no cambiarán una coma. Está más allá del control de una persona hetero volverse gay a la edad en que probablemente esté escuchando alguna de estas cosas o leyendo sobre ellas; Ya va a estar determinado sicológicamente. Es como decía Franco: ‘Denme un niño antes de que cumpla siete años y será mío.’ Para el momento en que un niño alcanza la pubertad ya están determinados. Los tipos por la calle usando maquillaje es sólo diversión. ¿Por qué no los hombres no deberían poder usar maquillaje y divertirse como pueden las mujeres?”

Podría ser que Lou Reed tenga una mejor perspectiva sobre esta supuesta subversión de los roles sexuales que cualquiera de los Gore Vidal y Hill Johnston. ¡Tipos saliendo de los closet en manadas y descubriendo que son homosexuales! ¡Ja! El único problema es que la forma de pensar de Lou también lo convierte en producto de la era rígidamente dualista en que creció. Un rígido estereotipo de los cincuenta para ser uno de los que ayudó a impulsar los setenta. O bien eres un dichoso “normal” heterosuburbano amante de los fines de semana, o de otro modo tienes que ser de cabo a rabo una depravada abominación exhibicionista que repta por las alcantarillas. Escuchándolo hablar no puedes evitar preguntarte cuánto de las canciones de Lou Reed tratan acerca de gente que inventa, como él sostiene, y cuánto de ellas tratan de sí mismo. En tal caso, si, digamos, “Perfect day” es autobiográfica, debe ser la persona más culposa de la faz de la tierra. Lo que haría arduo para cualquiera tener que lidiar con su propia leyenda.

Si Lou Reed parece ser el último de los rockeros transformistas de clóset por virtud del hecho de haber salido del closet para después volver a meterse dentro, debe también destacarse que mucha gente, especialmente muchos gays, creen que Lou Reed es meramente un heterosexual espectador que explota la cultura gay para sus propios propósitos. Y quién sabe si quizás puedan tener la razón. Cuando le pregunté sobre los planes para su próximo álbum sólo dijo “quizás aparezca con un álbum ultraconservador. Quizás escriba una canción anti-gay. Quizás diga ¡devuélvanse a sus clóset, maricones de mierda!’ Eso si que lo haría.”

Pero supongamos que Lou Reed es gay. Si lo es, ¿pueden imaginarse qué tipo de homosexual diría una cosa así? Quizás es eso lo que lo convierte en un maestro de la canción pop. Que tiene tal sentido monumental de la vergüenza. Es eso o que la prueba de su absoluta normalidad es el absoluto manierismo de su anormalidad oculta. Como si ya no tuviera sentido explotar el sadomaso: cada paso está calculado desde un ancestral y rígido manual de normas, en el que cada libertino terminará cortándose las bolas. Tal como dijo Lou un poco antes ese día: “La verdad es que no hay ninguna información interesante que ocultar. Todos insisten en que aquí hay una historia, pero en verdad no hay nada. Es como una ostra que se comió a sí misma.”

***

El concierto estuvo bien. La información sobre esta gira ha variado dramáticamente (dependiendo de las expectativas y de cómo Lou se está sintiendo a cada momento, supongo) y su banda, un montón de colegiales reunidos por Steve Katz, es más que adecuada.

Pero probablemente hay más aquí de lo que alcanza a ver el ojo. Katz debió tener muchos músicos de dónde escoger. Razonablemente pudo haber reunido una agrupación a lo Elephant’s memory[1], ciertamente pudo haber conseguido un equipo de requeridos músicos de sesión sin rostro si no quería que todos descalificaran a Lou. Pero lo que consiguió fue un grupo de competentes escolares hijos de vecino, ¡que también daban la casualidad de ser de los cretinos más feos nunca reunidos en un escenario! Estos tipos son la apoteosis absoluta a lo más feo de Nueva York y Nueva Jersey. Son tan nada[2] que se convierten, no en sin rostro, sino que en algo que no puedes ignorar porque contrastan tan agudamente con el estilo cuerino de Lou Reed.

Para alguien que ha basado tanto de su carrera en el sexo, Lou Reed ciertamente se ha rodeado de una banda asexual. Sería fácil concluir que lo hizo simplemente porque no quería que nadie le robara el show (en tal caso el tiro le salió por la culata: su bajista era el tipo más feo que he visto en toda mi vida), o es que está tan idiotizado que ni siquiera hizo tal tipo de consideración (es poco probable). Así que se puede concluir que Lou Reed podría haber conseguido intencionalmente una banda asexuada como una reacción al glam-rock y a su propia imagen. Lo que, si sigues el razonamiento hasta el final, exuda culpa autodestructiva. Tan sólo imagina si Lou Reed le hiciera a su guitarrista lo que Bowie le hace a Mick Jonson (simular que se la chupa), parecería el prototipo del criminal homosexual. Sería el espectáculo (en un sentido nunca soñado por gente como Alice Cooper) más repulsivo de la historia del rock.

Las audiencias, sin embargo, en general aman su show, y es gratificante verlos inundar el escenario finalmente, otorgándole a Lou Reed la adulación que ha merecido por tanto tiempo. Es sólo porque cuando empiezas a pensar en lo aburrido de su banda, el lúgubre tempo en el que canta la mayoría de sus canciones, la atmósfera fúnebre general, y a dónde te llevan todas estas especulaciones, que empiezas a fastidiarte. Porque Lou Reed por fin tuvo una oportunidad de conseguir estrellato sostenido y lo está estropeando. Por ahora se sigue sosteniendo en su leyenda, pero la gente va a comenzar a cansarse muy rápido de una leyenda que se escurre con un grupo de gelatinas detrás de él, que canta como si se estuviera quedando dormido, que se olvida de las letras la mitad de las veces, y que se queda quieto como si estuviera empotrado excepto por recordar menear el culo cada más o menos cinco minutos o saludar al público aunque sea tiempo o no de hacerlo. Toda su carrera en este momento es como tratar de timar a un casino.

Mi paga personal con Lou vino cuando volvió al hotel después de tocar. Cerca de una docena de tipos se acomodó en una sombría suite mientras el Verdadero Fantasma Precursor del Nuevo Rock se emborrachaba sentado sobre su culo y se balanceaba farfullando. Me embriagué completamente, mi decepción apareció y comencé a aguijonearlo:

“Oye, Lou, ¿no crees que Judy Gardland es un pedazo de mierda y que está mejor muerta?

“¡No! Era una grandiosa dama. ¡Una señora maravillosamente sabia y aguda!”

“Oye, Lou, ¿no crees que David Bowie es un tarado sin talento?”

“¡No! ¡Es un genio! ¡Es brillante!”

(Tiene sentido que diga una cosa así, ya que visiblemente hizo el ridículo al enamorarse de Bowie cuando viajó a Inglaterra el verano pasado.)

“Ah, vamos, ¿qué hay de esa mierda de ‘Space Oddity’? ¡Es sólo mierda a lo Paul Kantner!”

“¡No! ¡Es una obra maestra brillante! ¡Estás hablando por el culo!”
“¡Es un pedazo de mierda! ¿Por qué no dejas toda esta basura y no tratas de ser banal por un rato? ¿Por qué no escribes una canción pop desechable como ‘Sugar, sugar’¡Eso SÍ sería algo que valga la pena.!”

“No sé cómo. Lo haría si pudiera…me gustaría haberla escrito…” ¡Uf, el pobre bastardo estaba siendo tan patético que incluso su trillado exhibicionismo llorón me estaba empezando a molestar! Como todo el año pasado, cada vez que se mencionaba su nombre todo lo que escuchabas era “¡pobre Lou!” ¡Pobre Lou, pobre Lou, pobre pobre pobre pobre Lou Reed! ¡No quisieras estar en sus zapatos! ¡El artista torturado! ¡Su pobre sensibilidad lisiada! Pero yo estaba demasiado borracho para detenerme, así que me puse aún más abusivo y personal: “Oye, Lou, por qué no empiezas a tomar anfetaminas de nuevo? ¡Quizás así podrías hacer algo bueno!”

“Todavía tomo…mi doctor me las da…Bueno, no exactamente, son dosis de metanfetamina mezcladas con vitaminas…bueno, en verdad no, solo son inyecciones de vitamina C”

Seguí así por un rato; finalmente todo esto degeneró en un silencio, y una chica de su círculo tuvo que llegar y llevárselo a su habitación. Pero siempre recuerdo la última imagen de él, desparramado en su silla como un saco de papas, chupando su eterno whisky con la otra mano colgando en la sombra, como un sordomudo en una cabina telefónica. (Aún así, creo que es bastante bueno; Esta última frase la copié de él.)

Si todo esto te hace sentir lástima por el, entonces debes felicitarte: eres un verdadero fan de Lou Reed. Porque eso es exactamente lo que él quiere.

***

Aunque, por otro lado, quizás el tiempo todavía está de parte de Lou Reed. Un par de días después estaba sentado en mi pieza cuando la puerta se abrió de un golpe y se escabulló Josh, el hijo de nueve años de una de las personas con las que vivo. Es uno de estos típicos pequeños sabelotodos preadolescentes con el pelo largo y la boca grande. Inmediatamente me preguntó: “¿De dónde sacaste todos estos discos”

“Que lindo muchacho,” pensé, quizás le regale un álbum de música para niños como el de The Electric Company.”

“¡Oye!” farfulló. “¿Tienes algo de Vaaan Morrison o de Leeeon Russell?”

Está bien, pequeño pajarraco chupacaramelos, me estoy cansando de todas esta basura falta de respeto por tus mayores. Así que saqué Transformer: “¿Quieres escuchar esto?”

“Naaah”, resopla, “ya lo tengo.”

“¿A sí? ¿Y cuál es tu canción preferida?”

“‘New York Telephone Conversation.’ Pero a mi hermano le gusta esa que dice que el tipo se afeita las piernas y se convierte en una tipa.” Su hermano tiene ocho.

“Bueno, y qué piensas de ésa? Era un hombre derrotado.

“¡Creo que es genial! La escuchamos siempre.”

Así que ahí tienen. Un rato después traté de poner un álbum de America y el mocoso me llamó un “consumidor de comida saludable.” Se trata obviamente de un rapaz prodigio, pero no podemos ignorar la evidencia: Lou Reed puede estar a años luz del cenit de su poder creativo, puede se la decadente silueta de una estrella…

Pero denle un niño desde que cumple nueve años.



[1] Elephant’s memory era una banda de New York que acompaño a John Lennon y a Yoko Ono.

[2] En el original aparece en español.

Chuck Palahniuk. Prólogo a “Stranger than Fiction”,

Realidad y ficción (prólogo)


Si no te has dado cuenta, todos mis libros tratan sobre una persona solitaria que busca algún modo de conectarse con otros.

De cierto modo es el opuesto del sueño americano: volverte tan rico que puedas elevarte por sobre la gentuza, por sobre toda esa gente en la autopista o, peor, en la micro. No, el sueño es una gran casa, lejos y solitaria en algún lugar. Un penthouse, como el de Howard Hughes. O un castillo en la cima de una montaña, como el de William Randolph Hearst. Algún adorable y aislado nido donde puedas invitar a la gentuza que te guste. Un medioambiente que puedas controlar, libre de conflicto y dolor. En el que reinas.

Ya sea en un rancho en Montana o un departamento subterráneo con 10.000 DVDs y acceso a Internet de alta velocidad, nunca falla. Nos metemos ahí y estamos solos. Y solitarios.

Después de ser lo suficientemente miserables (como el narrador de El club de la pelea en su departamento, o el narrador alienado por su hermoso rostro en Monstruos Invisibles) destruimos nuestro adorable nido y forzamos nuestro regreso en el mundo exterior. De tantas maneras distintas, así es cómo escribes una novela también. Planificas e investigas. Pasas tiempo solo, construyendo este adorable mundo en el que puedes controlar, controlar, controlarlo todo. Dejas que el teléfono resuene. Que los correos electrónicos se apilen. Te quedas en tu mundo inventado hasta que lo destruyes. Y después regresas a estar con otras personas.

Si tu mundo inventado vende lo suficiente tienes la oportunidad de salir a una gira para promocionarlo. De dar entrevistas. De estar de verdad con gente. Mucha gente. Gente hasta que te enfermas de la gente. Hasta que te urge la idea de escaparte, de huir a…

A otro adorable mundo inventado.

Y así transcurre. Solo. Reunido. Solo. Reunido.

Lo más probable es que, si estás leyendo esto, conozcas el ciclo. Leer un libro no es una actividad grupal. No como ir a ver una película o ir a un concierto. Este es el extremo solitario del espectro.

Cada historia en este libro trata sobre estar con gente. De mí estando con otra gente. O de gente estando reunida.

Para los constructores de castillos, trata sobre levantar una estructura de piedra tan grandiosa que logre atraer a gente que comparta ese sueño.

Para los tipos del Demolition Derby, trata sobre encontrar una forma de reunirse, una estructura social con reglas y objetivos y roles para que la gente cumpla, y de esta forma reconstruir su comunidad haciendo chocar maquinaria de granja.

Para Marilyn Manson, trata sobre un muchacho del medio-oeste que no sabía nadar y que de pronto se mudó a Florida, donde la vida social se vive en el océano. Aquí, ese muchacho aún está tratando de conectarse con la gente.

Todos estos son historias-ensayos no ficcionales que escribo entre novelas. En mi propio ciclo es así: Realidad, ficción, realidad, ficción.

La desventaja de escribir es el estar solo. La parte en que escribes. La parte de soledad buhardillada. En la imaginación de la gente, esta es la diferencia entre un escritor y un periodista. El periodista, el reportero de un diario, siempre está persiguiendo, conociendo, abalanzándose sobre gente, reuniendo datos. Cocinando una historia. El periodista escribe rodeado de gente, y siempre bajo un plazo de entrega. Aglomerado y apurado. Emocionante y divertido.

El periodista escribe para conectarte con el mundo más grande. Un canal.

Pero un escritor, un escritor es distinto. Cualquiera que escriba ficción (la gente se imagina) está solo. Quizás porque la ficción parece conectarte solamente con la voz de la otra persona. Quizás porque leer es algo que hacemos solos. Es un pasatiempo que parece alejarnos de los demás.

El periodista investiga una historia. El novelista la imagina.

Lo divertido es que estarías sorprendido de la cantidad de tiempo que un novelista tiene que invertir con gente para poder crear esta voz única y solitaria. Este mundo supuestamente solitario.

Es difícil llamar a cualquiera de mis novelas “ficción.”

Una de las razones más importantes por las que escribo es porque una vez a la semana significaba reunirme con gente. Esto lo hacía en un taller conducido por un escritor publicado (Tom Spanbauer), los jueves en la noche alrededor de su mesa. En ese tiempo, la gran mayoría de mis amistades se basaban en la proximidad: vecinos y colegas. Esa gente que conoces sólo porque…bueno, te toca estar sentado junto a ellos a diario.

La persona más divertida que conozco, Ina Gebert, llama a los colegas tu “familia gaseosa”.

El problema con los amigos proxémicos es que se alejan. Renuncian o los despiden.

No fue hasta que estuve en un taller de escritura cuando descubrí la idea de amistad basada en una pasión compartida. Escribir. O el teatro. O la música. Alguna visión compartida. Una misión mutua que te mantendrá unido con otras personas que valoran esta habilidad vaga e intangible que tú valoras. Éstos son los amigos que sobreviven trabajos y desalojos. Esta constante reunión los jueves en la noche era el único incentivo para seguir escribiendo en los años en que la escritura no pagaba ni un céntimo. Tom y Suzy y Monica y Steven y Bill y Cory y Rick. Peleábamos y nos felicitábamos. Y era suficiente.

Mi tesis favorita sobre el éxito de El Club de la pelea es que la historia presenta una estructura para que la gente se reúna. La gente quiere encontrar nuevas formas de conectarse. Miren libros como “Clan a-yá” “Coser y cantar” o “El club de la buena estrella”. Todos estos son libros que presentan una estructura (fabricar un edredón o jugar mah-jongg) que permite que la gente se junte y comparta historias. Todos estos libros son relatos breves conectados por una actividad compartida. Por supuesto, todas son historias para mujeres. No vemos aparecer demasiados modelos nuevos de interacción masculina. Están los deportes. Construir graneros. Y sería todo.

Y ahora hay clubes de la pelea. Para mejor o peor.

Antes de comenzar a escribir el Club de la pelea trabajé de voluntario en un hospicio de caridad. Mi trabajo era llevar gente a citas y reuniones de grupos de apoyo. Ahí, se sentaban alrededor de otras personas en el subterráneo de una iglesia, comparando síntomas y haciendo ejercicios New Age. Esas reuniones eran incómodas porque sin importar cuánto tratara de esconderme, la gente siempre asumía que yo tenía la enfermedad que ellos tenían. No había ningún modo discreto de decir que simplemente estaba observando, un turista esperando mi carga para llevarla de vuelta al hospicio. Así que empecé a contarme una historia sobre un tipo que perseguía grupos de apoyo de enfermos terminales para sentirse mejor con su propia vida sin sentido.

De tantas maneras distintas, estos lugares (grupos de apoyo, grupos de sanación de 12 pasos, los Demolition Derby) han llegado a completar el rol que la religión organizada solía llenar. Solíamos ir a la iglesia a revelar los peores aspectos de nosotros mismos, nuestros pecados. Para contar nuestras historias. Para ser reconocidos. Para ser perdonados. Y para ser redimidos y aceptados de vuelta en nuestra comunidad. Este ritual era la forma de permanecer conectados con la gente, y de resolver nuestra ansiedad antes de que nos condujera tan lejos de nuestra humanidad que nos encontráramos perdidos.

En estos lugares encuentro las historias más verdaderas. En los grupos de apoyo. En hospitales. En cualquier lugar donde a la gente no le quedaba nada que perder, ahí es donde dicen las mayores verdades.

Mientras escribía Monstruos Invisibles, llamaba a líneas de sexo telefónico y pedía que me contaran sus historias más sucias. Puedes llamar y decir: “¡Aló, estoy buscando historias calientes de incesto entre hermanos, oigamos la tuya!” o “¡Cuéntame tu fantasía más sucia y asquerosa de travestismo fetiche!” y estarás tomando notas por horas. Porque es sólo escuchar, como radioteatro obsceno. Algunos son pésimos actores, pero otros te romperán el corazón.

En una llamada, un muchacho me contó que fue extorsionado para tener sexo con un policía que lo amenazó con acusar a sus padres de negligencia y abuso. El policía le contagió al muchacho gonorrea, y los padres que el muchacho trataba de salvar… lo echaron de su casa a vivir en la calle. Mientras contaba su historia, por el final, el muchacho comenzó a llorar. Si estaba mintiendo, era una actuación magnífica. Una pequeña pieza teatral de uno a uno. Si era una historia, de todas maneras era una historia grandiosa.

Así que, por supuesto, la usé en el libro.

El mundo está hecho de gente contándose historias. Miren la bolsa de valores. Miren la moda. Cualquier historia extensa, cualquier novela, es simplemente una combinación de historias breves.

Mientras investigaba para escribir mi cuarto libro, Asfixia, me senté dos veces a la semana por seis meses en sesiones de terapia para adictos al sexo. Los miércoles y viernes en la noche.

De tantas maneras distintas, estas sesiones de discusión no eran tan distintas a los talleres de escritura a los que asistía los jueves en la noche. Ambos grupos simplemente consistían en gente contándose historias. Los sexoadictos quizá estaban menos preocupados sobre el “oficio”, pero aún así contaban historias sobre prostitutas y sexo anónimo en baños con suficiente habilidad para obtener una buena reacción de su audiencia. Mucha de esta gente había hablado en estas reuniones por tantos años que al escucharla oías un gran soliloquio. Un brillante actor personificándose a sí mismo o a sí misma. Un monólogo íntimo que evidenciaba un instinto de revelar información clave de a poco, de crear tensión dramática, de armar golpes de efecto y de involucrar completamente al oyente.

Para Asfixia, también trabajé de voluntario para pacientes con Alzheimer. Mi rol era simplemente preguntarles sobre las viejas fotografías que cada uno guardaba en una caja en su clóset, y tratar de agitar su memoria. Era un trabajo que el personal de enfermería no tenía tiempo para hacer. Y, una vez más, se trataba de contar historias. Un argumento secundario de Asfixia se armó a medida que, día tras día, cada paciente observaba la misma fotografía pero contaba una historia distinta sobre ella. Un día, la hermosa mujer de pecho descubierto era su esposa. Al día siguiente, era una mujer que habían conocido en México mientras trabajaban en la marina. Al día siguiente, la mujer era una vieja amiga del trabajo. Lo que me golpeó fue que…tenían que crear una historia para explicar quién era. Incluso si se habían olvidado, nunca lo admitirían. Una falsa historia bien contada era siempre mejor que admitir que no reconocían a esta mujer.

Líneas de sexo telefónico, la enfermedad, los grupos de ayuda, los grupos de doce pasos, todos estos tipos de lugares son escuelas para aprender a narrar una historia efectivamente. A viva voz. A la gente. No simplemente para buscar ideas, sino para aprender a representar.

Vivimos nuestras vidas acorde a las historias. Acerca de ser irlandés o negro. Acerca de trabajar duro o inyectarse heroína. Sobre ser hombre o mujer. Y empeñamos nuestra vida buscando evidencia (hechos y pruebas) que apoyen nuestra historia. Como escritor, simplemente reconoces esa parte de la naturaleza humana. Cada vez que creas un personaje, miras el mundo como ese personaje, buscando los detalles que hacen de esa realidad la realidad única y cierta.

Como un abogado alegando un caso en un juzgado, te conviertes en un abogado que quiere que el lector acepte como verdad el modo en que el personaje ve el mundo. Quieres darle al lector un respiro de su propia vida. De la historia de su propia vida.

Así es como creo a un personaje. Generalmente tiendo a darle a cada personaje una educación y un paquete de habilidades que limite cómo ven el mundo. Un empleado doméstico ve el mundo como una eterna serie de manchas que quitar. Una modelo ve el mundo como una serie de rivales que compiten por la atención pública. Un estudiante de medicina fracasado no ve nada más que lunares y espasmos que podrían ser los signos tempranos de una enfermedad terminal.

Durante la misma época en que comencé a escribir, unos amigos y yo comenzamos una tradición semanal que llamábamos “noche de juegos.” Cada domingo en la tarde nos reuníamos para jugar juegos grupales como “mímicas”. Algunas noches ni siquiera comenzábamos a jugar. Todo lo que necesitábamos era la excusa, y algunas veces la estructura, para estar juntos. Si estaba atorado en mi escritura, buscando una nueva forma de desarrollar un tema, hacía lo que más tarde bauticé como “sembrar en multitud”. Lanzaba un tema para conversar, quizás contaba una historia rápida y divertida, y pedía que la gente contara sus versiones propias.

Mientras escribía Superviviente, pedía que me contaran secretos de limpieza y la gente me los dictaba por horas. Para Asfixia, eran anuncios de seguridad codificados. Para Diario, contaba historias sobre cosas que había encontrado, dejado, sellado dentro de las casas en las que había trabajado. Al escuchar mi puñado de historias, mis amigos contaban las suyas. Y sus invitados contaban sus historias. Y en una noche, tenía suficiente para un libro.

De esta forma, incluso el solitario acto de escribir se convierte en una excusa para estar rodeado de gente. A la larga, la gente alimenta el oficio de contar historias.

Solo. Reunido. Realidad. Ficción. Es un ciclo.

Comedia. Tragedia. Luz. Oscuridad. Se definen entre sí.

Funciona, pero sólo si no te quedas atorado demasiado tiempo en un único lugar.