martes, 22 de septiembre de 2009

Cómo construir un universo que no se derrumbe dos días después, Philip Dick

Primero, antes de empezar a aburrirlos con el tipo de cosas que los escritores de ciencia ficción dicen al dar discursos, permítanme ofrecerles saludos oficiales a nombre de Disneylandia. Me considero un representante de Disneylandia porque vivo a pocos kilómetros de allí, y además, como si fuera poco, una vez tuve el honor de ser entrevistado en ese lugar para la televisión parisina.
Por muchas semanas tras la entrevista estuve muy enfermo y confinado a la cama. Creo que fueron las tazas giratorias. Elizabeth Antebi, que era la productora de la entrevista, quería que yo girara dentro de una de esas tazas de té gigantes mientras discutía el auge del fascismo con Norman Spinrad; un viejo amigo que escribe excelente ciencia ficción. También discutimos sobre Watergate, pero eso lo hicimos a bordo del Barco Pirata del Capitán Garfio. Pequeños niños luciendo gorritos de Mickey Mouse -esos gorros negros con las orejas- continuaron corriendo hacia nosotros y atropellándonos al tiempo que las cámaras se movían, y Elizabeth hacía preguntas inusitadas. Norman y yo, preocupados por deshacernos de los niños, dijimos cosas extraordinariamente estúpidas ese día. Hoy, sin embargo, tendré que aceptar toda la culpa por lo que les diga, pues ninguno de ustedes luce gorritos de Mickey Mouse ni trata de escalar sobre mí creyendo que soy parte del equipamiento de un barco pirata.
Los autores de ciencia ficción, siento decirlo, realmente no saben nada. No podemos hablar sobre ciencia, porque nuestro conocimiento de la misma es limitado y no oficial, y usualmente nuestra ficción es lamentable. Hace pocos años, ninguna universidad consideraría invitar alguno de nosotros a hablar. Éramos misericordiosamente confinados a espeluznantes pasquines; no impresionábamos a nadie. En aquellos días, mis amigos me decían, “¿Pero estás escribiendo alguna cosa seria?” queriendo decir “¿Estás escribiendo alguna cosa distinta a la ciencia ficción?”. Nosotros deseábamos ser aceptados. Ansiábamos ser tomados en cuenta. Y entonces, de pronto, el mundo académico nos tomó en cuenta, fuimos invitados a dar charlas y a formar parte de paneles, que sólo permitieron evidenciar de inmediato nuestra idiotez. El problema es simple: ¿Qué es lo que sabe un escritor de ciencia ficción? ¿En qué temas es una autoridad?
Esto me recuerda un titular que apareció en un diario californiano justo antes de viajar aquí. CIENTÍFICOS AFIRMAN QUE LOS RATONES NO PUEDEN SER TRANSFORMADOS PARA PARECER SERES HUMANOS. Era un programa de investigación subvencionado federalmente, supongo. Ahora piensen: Alguien en este mundo es una autoridad en el tema de si es posible o no que los ratones usen zapatos de dos colores, sombreros derby, camisas de rayas, pantalones Decron, y pasen por humanos.
Pues bien, voy a contarles qué me interesa, qué considero importante. No puedo afirmar que soy una autoridad en ninguna cosa, pero puedo decir con honestidad que algunas cosas me fascinan por completo, y que escribo sobre ellas todo el tiempo. Los dos temas que despiertan mi fascinación son “¿Qué es la realidad?” y “¿Qué constituye el auténtico ser humano?”. Durante los veintisiete años que llevo publicando novelas y relatos he investigado estos dos temas interrelacionados una y otra vez. Me parece que son asuntos importantes. ¿Qué somos? ¿Qué es eso que nos rodea y que llamamos el no-yo, o el mundo empírico o fenomenológico?
En 1951, cuando vendí mi primer relato, no tenía idea de que esos asuntos fundamentales se pudieran tratar desde el campo de la ciencia ficción. Empecé a acercarme a ellos inconscientemente. Mi primer relato trataba de un perro que imaginaba que los basureros, que venían cada viernes por la mañana, estaban robando comida valiosa que la familia cuidadosamente guardaba a salvo en un contenedor de metal. Cada día, miembros de la familia llevaban bolsas de papel con buena comida, las ponían en el contenedor de metal, cerraban la tapa firmemente y, cuando el contenedor se llenaba, esas horribles criaturas venían y robaban todo menos el contenedor.
Al final, en el relato, el perro empieza a imaginar que un día los hombres de la basura van a comerse a la gente de la casa además de robar su comida. Por supuesto, el perro está equivocado. Todos sabemos que los hombres de la basura no comen gente. Pero la extrapolación del perro era en algún sentido lógica considerando los hechos a su disposición. El relato era sobre un perro de verdad, y yo me dedicaba a mirarlo y tratar de introducirme en su cabeza e imaginar cómo veía el mundo. Ciertamente, decidí, ese perro veía el mundo de una manera bastante distinta de la mía o a la de cualquier humano. Y luego comencé a pensar; tal vez cada ser humano vive en un mundo único, un mundo privado, un mundo distinto de aquellos habitados y experimentados por los otros humanos. Y eso me llevó a preguntarme, ¿Si la realidad es distinta de persona a persona, podemos hablar de una única realidad, o deberíamos hablar de realidades plurales? ¿Y si hay realidades plurales, hay unas que sean más verdaderas (más reales) que otras? ¿Qué hay del mundo de un esquizofrénico? Quizás es tan real como el nuestro. Quizás no podemos decir que estamos en contacto con la realidad y él no, sino decir, en cambio, que su realidad es diferente de la nuestra y él no está en capacidad de explicárnosla, así como nosotros no podemos explicarle la nuestra. El problema, entonces, es que si los mundos subjetivos son experimentados de maneras tan diversas esto implica un rompimiento comunicativo… y ahí radica la verdadera enfermedad.

Una vez escribí una historia sobre un hombre que era herido y llevado a un hospital. Cuando empezaban a operarlo, descubrían que era un androide, no un humano, pero él no lo sabía. Ellos debían revelarle la verdad. Casi al mismo tiempo, el señor Garson Poole descubrió que su realidad consistía de una cinta agujereada que viajaba de carrete a carrete en su pecho. Fascinado, empezó a llenar algunos de los agujeros y a añadir otros más. De inmediato, su mundo cambió. Una bandada de patos voló a través de la habitación cuando abrió un nuevo agujero en la cinta. Finalmente, cortó la cinta de llano, y el mundo desapareció. Sin embargo, también desaparecieron los otros personajes de la historia… lo que no tiene sentido si piensan un poco. A menos que los otros personajes fueran fragmentos de su fantasía de la cinta agujereada. Eso eran, me imagino.
Siempre tuve la esperanza, cuando escribía novelas e historias donde surgía la pregunta “¿Qué es la realidad?”, que alguna vez obtendría una respuesta. Esta era la esperanza, también, de muchos de mis lectores. Los años pasaron. Escribí más de treinta novelas y alrededor de cien historias, y seguía sin saber qué era real. Un día una estudiante universitaria en Canadá me pidió que le definiera la realidad; era para un informe que escribía en su clase de filosofía. Ella quería una respuesta de una sola frase. Yo pensé al respecto y finalmente dije, “La realidad es lo que no se esfuma cuando dejas de creer en ella.” Esto fue todo lo que pude decir. Era 1972. Desde entonces no he sido capaz de definir la realidad de una manera más lúcida.
Pero el problema es real, no un mero juego intelectual. Porque hoy vivimos en una sociedad en la cual realidades espurias son creadas por los medios, por los gobiernos, por las grandes corporaciones, por los grupos religiosos o grupos políticos, y además existe el soporte electrónico necesario para llevar estos pseudo-mundos directamente a las cabezas del lector, del espectador, del oyente. Algunas veces cuando observo a mi hija de once años ver televisión me pregunto qué le están enseñando. El problema es el desvío de la señal; piensen en eso. Un programa de televisión producido para adultos es visto por un niño pequeño. La mitad de lo dicho y hecho en un drama televisivo es probablemente malinterpretado por el niño. Quizás todo es malinterpretado. Y la cosa es, ¿Cuán auténtica es la información de cualquier modo, aun si el niño la entiende correctamente? ¿Cúal es la relación entre un programa de humor y la realidad? ¿Qué hay de los programas de policías? Coches que continuamente se desbocan fuera de control, se estrellan e incendian. La policía siempre es buena y siempre gana. No ignoren ese punto: La policía siempre gana. ¿Cuál es la lección? Tú no debes confrontar la autoridad, y si lo haces, perderás. El mensaje ahí es: sé pasivo. Y coopera. Si el oficial Baretta te pide información, dásela, porque el oficial Baretta es un buen hombre y es de fiar. Él te ama, y tú debes amarlo.
Y entonces yo me pregunto, en mi escritura, ¿Qué es real? Porque incesantemente somos bombardeados con pseudo-realidades creadas por gente muy sofisticada usando mecanismos muy sofisticados. Yo no desconfío de sus motivaciones; desconfío de su poder. Tienen mucho. Y es un poder inmenso: ese de crear universos enteros, universos de la mente. Yo lo tengo que saber, hago lo mismo. Mi trabajo es crear universos, una novela tras otra. Y debo construirlos de tal manera que no se derrumben a los dos días. O al menos eso es lo que mis editores esperan. Sin embargo, les voy a revelar un secreto: A mí me gusta construir universos que se derrumban. Me gusta verlos deshacerse, y me gusta ver cómo los personajes en las novelas lidian con ese problema. Tengo un amor secreto por el caos. Debería haber más. No crean, y esto lo digo en serio, no asuman que el orden y la estabilidad son siempre buenos en una sociedad o en un universo. Lo viejo, lo caduco, siempre debe hacer espacio a nuevas vidas y el nacimiento de nuevas cosas. Antes de que las nuevas cosas nazcan, las viejas deben perecer. Reconocer esto es peligroso, porque nos dice que nosotros, tarde o temprano, partiremos con gran parte de lo que nos es familiar. Y eso duele. Pero esto es parte del guión de la vida. A menos que seamos capaces de acomodarnos psicológicamente al cambio empezamos a morir. Lo que quiero decir es que los objetos, las costumbres, los hábitos y modos de vida deben perecer para que el autentico ser humano pueda vivir. Y es el ser humano auténtico quien más importa, el organismo viable y elástico que puede rebotar, absorber, y hacer frente a lo nuevo.
Por supuesto, yo digo esto porque vivo cerca a Disneylandia, y ellos siempre están añadiendo nuevas atracciones y destruyendo las viejas. Disneylandia es un organismo que evoluciona. Por años tuvieron el Simulacro de Lincoln, y, como Lincoln mismo, era sólo una forma temporal que la materia y la energía tomaron y luego perdieron. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros, nos guste o no.
El filósofo griego presocrático Parménides enseñó que las únicas cosas que eran reales eran aquellas que nunca cambiaban… y el filósofo griego presocrático Heraclito enseñó que todo cambia. Si superponemos sus dos puntos de vista obtenemos lo siguiente: Nada es real. Hay una continuación fascinante a partir de esta linea: Parménides no podía haber existido porque envejeció, murió y desapareció, luego, de acuerdo a su filosofía, no existió. Así que Heráclito debía tener razón, no lo olvidemos. Si es así, entonces Parménides sí existió, y por tanto de acuerdo a la filosofía de Heráclito tal vez Parménides tenía razón, pues Parménides cumplía las condiciones, el criterio por el cual Heráclito declaraba las cosas reales.
Les presento esto para sencillamente demostrarles que tan pronto como te preguntas qué es finalmente real, inmediatamente empiezas a decir sinsentidos. Zenón probó que el movimiento era imposible (de hecho, sólo imaginó que lo había probado; lo que le faltaba era eso que técnicamente es llamado la “teoría de los límites”). David Hume, el más grande escéptico, una vez comentó que luego de un encuentro de escépticos para proclamar la veracidad del escepticismo como filosofía todos los presentes de todas maneras salieron por la puerta en lugar de por la ventana. Yo entiendo lo que quería decir Hume. Era sólo discurso. Los solemnes filósofos no tomaban en serio lo que decían.
Pero considero que el problema de definir qué es real es un tema serio, incluso un tema vital. Y allí dentro, en algún lugar, está el otro tema, la definición del humano auténtico. Porque el bombardeo de pseudo-realidades empieza a producir rápidamente humanos que no son auténticos, humanos espurios, tan falsos como la información que los acosa por todos los flancos. Mis dos temas son realmente uno solo; se unen en este punto. Las realidades falsas crearán humanos falsos. O, los humanos falsos generarán realidades falsas y luego las venderán a otros humanos, convirtiéndolos, tarde que temprano, en falsificaciones de sí mismos. Y así terminamos con humanos falsos inventando realidades falsas y luego arrojándolas a otros humanos falsos. Es sólo una versión a gran escala de Disneylandia. Puedes tener el barco pirata o el simulacro de Lincoln o el viaje salvaje del señor sapo, puedes tenerlos todos, pero ninguno es verdadero.
En mis escritos me interesé tanto por las falsificaciones que al final se me ocurrió el concepto de las “falsificaciones falsas”. Por ejemplo, en Disneylandia hay pájaros falsos que funcionan con motores eléctricos que emiten graznidos y silbidos cuando pasas junto a ellas. Supongamos que una noche nos metemos en el parque con pájaros reales y los sustituimos por los artificiales. Imaginen el horror de los encargados de Disneylandia cuando descubran la broma cruel. ¡Pájaros reales! Y tal vez otro día incluso hipopótamos y leones reales. Consternación. El parque es astutamente transmutado de lo irreal a lo real por fuerzas siniestras. Por ejemplo, suponga que el Matterhorn se convirtiera en una montaña nevada genuina. ¿Qué tal que el lugar entero, por un milagro producido por la sabiduría y el poder de Dios fuera cambiado en un momento, en un parpadeo, en algo incorruptible? Tendrían que cerrar.
En el Timeo de Platón Dios no crea el universo como hace el dios cristiano; Él simplemente lo encuentra un día. Está en un estado de caos absoluto. Dios se pone manos a la obra en la transformación del caos en orden. Esa idea me atrae, y yo la he adaptado a mis necesidades intelectuales: ¿Qué sucedería si nuestro universo se iniciara como algo no del todo real, una especie de ilusión, como la religión Hinduista enseña, y Dios, debido a su amor y cariño por nosotros, lo estuviera transmutando lentamente, lentamente y secretamente, en algo real?
Nosotros no seríamos conscientes de esta transformación, ya que no seríamos capaces de notar que nuestro mundo es, para empezar, una ilusión. Esta es, técnicamente, una idea Gnóstica. El Gnosticismo es una religión que agrupó judíos, cristianos y paganos por varios siglos. Yo he sido acusado de sostener ideas gnósticas. Supongo que es así. En otro tiempo habría sido enviado a la hoguera. Pero algunas de sus ideas me intrigan. Una vez, cuando estaba investigando sobre Gnosticismo en la Britannica encontré una mención de un codex gnóstico titulado El Dios irreal y los aspectos de su universo inexistente, una idea que me redujo a inaguantables carcajadas. ¿Qué tipo de persona podría escribir sobre algo que sabía que no existía, y cómo algo que no existía podría tener aspectos? Pero entonces me di cuenta que yo llevaba escribiendo sobre esos asuntos por veinticinco años. Me imagino que puedes decir muchas cosas cuando escribes sobre algo que no existe. Un amigo una vez publicó un libro llamado Serpientes de Hawai. Unas cuantas bibliotecas le escribieron solicitando copias. Y bueno, no hay serpientes en Hawai;. todas las páginas de su libro estaban en blanco.
Por supuesto, en ciencia ficción no se pretende que los mundos descritos sean reales. Por eso lo llamamos ficción. Al lector le es advertido con anticipación que no crea lo que está por leer. De la misma manera, los visitantes de Disneylandia saben que el señor Sapo no existe y que los piratas son animados usando motores y mecanismos asistidos, transmisiones y circuitos electrónicos. No hay engaño.
Y lo raro es que, de alguna manera, de alguna manera concreta, mucho de lo que ocurre bajo el rótulo de “ciencia ficción” es real. Puede no ser literalmente real, supongo. Nosotros no hemos sido realmente invadidos por criaturas de otro sistema estelar como muestra Encuentros cercanos de tercer tipo. Los productores no pretendían que lo creyéramos. ¿O es que sí lo pretendían?
Y, más importante, si ellos pretendían afirmar esto, ¿es verdad? Ese es el punto: No; el autor o el productor cree eso, pero, ¿y si es verdad? Porque, accidentalmente, en la búsqueda de una buena mentira un autor de ciencia ficción o un productor o un guionista podría chocarse con la verdad… y sólo más tarde darse cuenta.
La herramienta básica de manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar las personas que las usan. George Orwell lo hizo evidente en su novela 1984. Pero otra manera de controlar las mentes de la gente es controlar sus percepciones. Si logras que vean el mundo tal y como tú lo ves van a pensar como tú piensas. La comprensión sigue a la percepción. ¿Cómo logras que vean la misma realidad que tú? Después de todo, es sólo una realidad entre tantas otras. Las imágenes son un constituyente básico. Por eso es que el poder de la televisión para influenciar mentes jóvenes es tan vasto. Las palabras y las imágenes son sincronizadas. La posibilidad de controlar totalmente al espectador existe, especialmente si el espectador es joven. Ver televisión es una forma de aprendizaje hipnopédico. Un electroencefalograma de una persona que ve televisión muestra que luego de una media hora el cerebro decide que nada sucede, y pasa a un estado entre hipnótico y crepuscular, emitiendo ondas alfa. Esto sucede porque hay muy poco movimiento ocular. Adicionalmente, gran parte de la información es gráfica y por tanto es enviada al hemisferio derecho del cerebro en lugar de ser procesada por el izquierdo, donde la personalidad consciente está localizada. Experimentos recientes indican que una buena parte de lo que vemos en la pantalla de televisión es recibido de manera subliminal. Sólo imaginamos que lo vemos conscientemente. Muchos de mensajes evaden nuestra atención. Literalmente, luego de unas pocas horas de televisión no sabemos qué hemos visto. Nuestros recuerdos son espurios, como el recuerdo de sueños; los vacíos son llenados retrospectivamente. Y falsificados. Participamos sin saberlo en la creación de una realidad espuria, y luego nos la tragamos. Estamos coludidos con nuestra propia perdición.
Y (esto lo digo como un escritor de ficción profesional) los productores, guionistas, y directores que crean esos mundos de video y audio no saben cuanto de su contenido es verdadero. En otras palabras, son víctimas de su propio producto junto con nosotros. En mi caso, yo no sé cuanto de lo que escribo es verdadero, o qué partes (si alguna) son verdaderas. Esta es una situación potencialmente letal. Tenemos a la ficción mimetizándose en realidad y la realidad mimetizándose en ficción. Tenemos un peligrosa sobreposición, una peligrosa zona borrosa. Y seguramente no es deliberado. De hecho, ese es parte del problema. Tú no puedes obligar a un autor a rotular correctamente su producto, como un envase de flan cuyos ingredientes están listados en la etiqueta…. No puedes forzarlo a declarar qué partes son verdad y cuales no si él no lo sabe.
Es espeluznante escribir una novela creyendo que es pura ficción, y descubrir luego -años más tarde- que era verdad. Quisiera darles un ejemplo. Es algo que no entiendo. Tal vez a ustedes se les ocurra alguna teoría. Yo no la he encontrado.
En 1970 escribí una novela llamada Fluyan mis lágrimas, dijo el policía. Uno de los personajes es una chica de diecinueve años llamada Kathy. Su esposo se llama Jack. Kathy supuestamente trabaja en el bajo mundo del crimen, pero más tarde, a medida que avanzamos en la novela, descubrimos que de hecho ella trabaja para la policía. Tiene una relación con un inspector de policía. El personaje es pura ficción. O al menos eso pensaba que era.
Como sea, en navidad de 1970 yo conocí a una chica llamada Kathy, esto fue luego de terminar mi novela, claro. Ella tenía diecinueve años. Su novio se llamaba Jack. Pronto descubrí que Kathy vendía drogas. Dediqué meses a intentar que ella dejara ese oficio; le dije una y otra vez que podría ser atrapada. Luego, una noche que fuimos a un restaurante, Kathy nos detuvo y dijo, “No puedo entrar.” Sentado en el restaurante estaba un inspector de policía que yo conocía. “Tengo que ser sincera con ustedes,” dijo Kathy. “Yo tengo una relación con él.”
Ciertamente, esas son coincidencias extrañas. Puede ser precognición. Pero el misterio sólo aumenta, lo siguiente que ocurrió me desconcierta totalmente. Llevo así cuatro años.
En 1974 la novela fue publicada por Doubleday. Una tarde que hablaba con mi pastor, soy miembro de la iglesia episcopal, y le mencioné por alguna razón una escena importante cerca al final de mi novela en la que el personaje Felix Buckman se encuentra con un hombre negro desconocido en una estación de bencina y empiezan a hablar. A medida que describía la escena en más y más detalle, mi pastor se tornó progresivamente más nervioso, hasta que finalmente dijo, “esa es una escena de Hechos de los Apóstoles, ¡de la Biblia! En Hechos, la persona que se encuentra con el negro en el camino es Philip -tu nombre.” El padre Rasch estaba tan sorprendido con el parecido que no fue capaz de encontrar la escena en su Biblia. “Lee Hechos,” me indicó. “Estarás de acuerdo. Es la misma escena hasta en el más mínimo detalle.”
En casa leí la escena en Hechos. Sí, el padre Rasch tenía razón; la escena de mi novela era un recuento obvio de la escena en Hechos… y yo nunca había leído Hechos, debo admitir. Pero, de nuevo, el acertijo se hace más profundo. En Hechos, el alto oficial romano que arresta e interroga a San Pablo se llama Felix, el mismo nombre de mi personaje. Y mi personaje Felix Buckman es un general de policía de alto rango; de hecho, en mi novela él tiene el mismo cargo que Felix en el Hechos de los Apóstoles: es la autoridad última. Hay una conversación en mi novela que se parece mucho a uno entre Felix y Pablo.
Y bueno, yo decidí buscar más similitudes. El personaje principal de mi novela se llama Jason. Busqué en el índice de la Biblia si alguien llamado Jason aparecía. No recordaba nadie con ese nombre. Resultó que un hombre llamado Jasón aparece una y sólo una vez en la Biblia. Es en Hechos de los Apóstoles. Y, para llenarme aún más con coincidencias, en mi novela Jasón escapa de las autoridades y se esconde en la casa de alguien, y en Hechos el hombre llamado Jasón acoge a un fugitivo de la ley en su casa: una inversión exacta de la situación en mi novela, como si el misterioso Espíritu responsable de todo esto se estuviera burlando de lo que ocurría.
Felix, Jason, y el encuentro en el camino con el hombre negro que es un completo desconocido. En Hechos, El discípulo Philip bautiza al negro, quien luego deja el lugar lleno de gozo. En mi novela, Felix Buckman se acerca al negro en búsqueda de apoyo emocional, porque la hermana de Felix Buckman recién ha muerto y él está destrozado psicológicamente. El negro anima el espíritu de Buckman y aunque Buckman no se va lleno de gozo, al menos deja de llorar. Él escapa de su casa, compungido por la muerte de su hermana, y tiene que acercarse a alguien, cualquiera, incluso un completo desconocido. Es un encuentro entre dos desconocidos en el camino que cambia la vida de uno de ellos, tanto en mi novela como en Hechos. Y un toque final del misterioso Espíritu: el nombre Felix significa “Feliz” en latín. Cosa que yo no sabía cuando escribí la novela.
Un estudio cuidadoso de mi novela muestra que por razones que yo no puedo explicar yo había logrado recontar varias de los incidentes básicos de un libro específico de la Biblia, e incluso había elegido los nombres correctos. ¿Cómo explicar esto? Eso fue hace cuatro años. Por cuatro años he intentado encontrar una teoría y no he podido. Dudo que algún día pueda.
Pero el misterio no termina allí, como imaginé. Hace dos meses caminaba, ya entrada la noche, hacia el buzón de correo para enviar una carta, y también para disfrutar la vista de la iglesia de San José que está al frente de mi edificio. Vi un hombre vagando sospechosamente junto a un coche estacionado. Lucía como si intentara robar el coche, o tal vez algo de él. Cuando regresaba del buzón, el hombre se escondía tras un árbol. Impulsivamente caminé hacia él y le pregunté, “¿Ocurre algo?”
“Me quedé sin gasolina,” dijo el hombre. “Y no tengo dinero.”
Increíblemente, porque nunca había hecho esto antes, saqué mi billetera, tomé todo el dinero que tenía y se lo entregué. Él me dio la mano y luego me preguntó dónde vivía, para poder pagarme el dinero luego. Yo regresé a mi apartamento, y luego me di cuenta que el dinero no le serviría de nada, pues no había una estación de gasolina a la que pudiera llegar caminando. Así que regresé allí, en mi coche. El hombre tenía un recipiente de metal en el baúl del suyo, y, juntos, fuimos en el mío hasta una gasolinera que atendiera a esa hora. Pronto estábamos ahí, dos desconocidos, mientras el encargado llenaba el recipiente de metal. De repente me di cuenta de que esta era la escena de mi novela, la novela que había escrito ocho años atrás. La estación de gasolina abierta toda la noche era exactamente como la había imaginado cuando escribía la escena (la destellante luz blanca, el encargado) y entonces vi algo que no había notado antes. El desconocido que estaba ayudando era negro.
Regresamos hasta su coche con la gasolina, nos dimos la mano, y luego yo regresé a mi edificio. Nunca lo volví a ver. Él no pudo pagarme porque yo no le dije cuál de los apartamentos era el mío o cuál era mi nombre. Fui terriblemente conmovido por esa escena. Había vivido, literalmente, una escena tal y como aparecía en mi novela. Es decir, había vivido una replica de la escena en Hechos donde Philip se encuentra con el hombre negro en el camino.
¿Cómo explicar todo esto?
La respuesta que se me ha ocurrido puede no ser correcta, pero es la única que tengo. Tiene que ver con el tiempo. Mi teoría es la siguiente: En algún sentido importante, el tiempo no es real. O tal vez sí es real, pero no tal como lo experimentamos o como lo imaginamos que es. Tuve una certidumbre aguda y abrumadora (y todavía la tengo) de que pese a todo el cambio que vemos, un paisaje específico yace bajo el mundo cambiante: y ese paisaje invisible es el de la Biblia; es, específicamente, el período inmediatamente subsiguiente a la muerte y resurrección de Cristo. En otras palabras, aquel cuando ocurren los Hechos de los Apóstoles.
Parménides estaría orgulloso de mí. He mirado fijamente el mundo en cambio constante y he declarado que bajo él yace lo eterno, lo inamovible, lo absolutamente real. ¿Pero qué ha ocurrido? ¿Si el momento real es cercano a 50 D.C., entonces por qué vemos 1978 D.C? ¿Y si realmente vivimos en el Imperio Romano, en algún lugar en Siria, por qué vemos los Estados Unidos?
Durante la edad media una teoría curiosa vio la luz, se las voy a presentar tal y como es. Es la teoría de que el Maligno (Satán) es el “Simio de Dios”. Él crea imitaciones espurias de la creación, de la creación auténtica de Dios, y luego las intercambia por aquella creación auténtica. ¿Explica esta rara teoría mi experiencia? ¿Debemos creer que hemos sido cegados, que hemos sido engañados, que no es 1978 sino 50 D.C…. y que Satán ha creado una realidad falsificada para debilitar nuestra fe en el retorno de Cristo?
Me imagino siendo examinado por un psiquiatra. El psiquiatra dice, “¿En qué año estamos?”. Y yo respondo, “50 D.C.” El psiquiatra parpadea y luego pregunta, “¿Y dónde estás tú?” Yo respondo, “En Judea.” “¿Dónde diablos es eso?” pregunta el psiquiatra. “Es parte del imperio romano,” tendría que responder. “¿Tú sabes quién es el presidente?” me preguntaría el psiquiatra, y yo respondería, “El procurador Felix.” “¿Estás seguro?” preguntaría el psiquiatra, mientras envía una señal discreta a dos inmensos enfermeros. “Sip,” respondería. “A menos que Felix haya dimitido y haya sido reemplazado por el Procurador Festus. Lo que pasa es que San Pablo fue capturado por Felix debido a...” “¿Quién te dijo todo esto?” preguntaría de imprevisto el psiquiatra, irritado, y yo respondería, “El Espíritu Santo.” Y después de eso yo terminaría en la habitación acolchada, mirando hacia afuera, y sabiendo exactamente cómo había llegado a ese lugar.
Todo lo dicho en esa conversación podría ser verdad en algún sentido, aunque palpablemente falso en otro. Yo sé perfectamente bien que estamos en 1978 y que Jimmy Carter es el presidente y que yo vivo en Santa Ana, California, en los Estados Unidos. Yo incluso sé cómo llegar de mi apartamento a Disneylandia, algo que aparentemente soy incapaz de olvidar. Y seguro que Disneylandia no existía en el tiempo de San Pablo.
Por eso, si me fuerzo a ser racional y razonable y todas esas cosas buenas, debo admitir que la existencia de Disneylandia (que yo sé que es real) prueba que no vivimos en Judea en 50 D.C. La idea de San Pablo dando vueltas en unas tazas de té gigantes mientras escribe la primera carta a los Corintios al tiempo que la televisión parisina lo filma no puede ser. San Pablo nunca iría a Disneylandia. Sólo niños, turistas, y altos oficiales Soviéticos van a Disneylandia. Los santos no.
Pero de alguna manera ese material bíblico se introdujo a mi inconsciente y se arrastró hasta mi novela, y también es verdad que, por alguna razón, en 1978 yo reviví una escena que había descrito en 1970. Lo que quiero decir es: Hay evidencia interna en al menos una de mis novelas de que otra realidad, una inamovible, exactamente como Parménides y Platón sospecharon, yace bajo el mundo cambiante, y, de alguna manera, en algún modo, tal vez con sorpresa, podemos entreverla. O mejor, un Espíritu misterioso puede ponernos en contacto con ella si quiere que veamos este otro paisaje permanente. El tiempo pasa, miles de años pasan, pero al mismo tiempo que vemos este mundo contemporáneo el mundo antiguo, el mundo de la Biblia, se oculta bajo él, todavía ahí y todavía real. Eternamente.
¿Me voy con todo y les cuento el resto de esta historia peculiar? Dado que ya he llegado tan lejos, no tengo otra opción. Mi novela, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, fue lanzada por Doubleday en febrero de 1974. Una semana más tarde, me extrajeron dos muelas del juicio bajo pentatol de sodio. Más tarde ese mismo día estaba terriblemente adolorido. Mi esposa telefoneó al odontólogo y él llamó a una farmacia. Media hora más tarde alguien tocó la puerta: la persona encargada de los domicilios de la farmacia con mis analgésicos. Aunque sangraba y estaba enfermo y débil, sentí la necesidad de responder al llamado de la puerta. Cuando abrí, me encontré frente a una mujer joven que lucía una cadena de oro en cuyo centro brillaba un pescadito dorado. Por alguna razón fui hipnotizado por el pescadito dorado; olvidé mi dolor, olvidé la medicina, olvidé que la chica estaba ahí. Concentré toda mi atención en el pez.
“¿Qué quiere decir?” Le pregunté.
La chica tocó el reluciente pez dorado con su mano y dijo, “Este es un símbolo usado por los cristianos primitivos.” Luego me dio el paquete de medicinas.
En ese instante, mientras yo miraba el brillante símbolo y escuchaba sus palabras, de imprevisto experimenté lo que luego aprendí que es llamado anamnesis -una palabra griega que significa, literalmente, “pérdida del olvido”. Recordé quién era y dónde estaba. En un instante, en un parpadeo, todo regresó. Y no sólo pude recordarlo sino que pude verlo. La chica era una cristiana secreta y también yo. Vivíamos con miedo de ser detectados por los romanos. Nos debíamos comunicar con mensajes crípticos. Ella recién me lo había dicho, y era verdad.
Por un momento, no importa cuan difícil sea explicar o creer esto, vi difuminarse los contornos carcelarios de la odiosa Roma. Pero, y esto es más importante, recordé a Jesús, quien hace poco había estado con nosotros, y se había ido temporalmente, y pronto regresaría. El gozo me llenó. Nos preparábamos secretamente para darle la bienvenida a su retorno. No tomaría mucho tiempo. Y los romanos no lo sabían. Ellos pensaban que Él estaba muerto, muerto para siempre. Ese era nuestro secreto, nuestro gozoso saber. No importaba lo que pareciera, Cristo regresaría, y nuestro deleite al anticiparlo era ilimitado.
¿No es extraño que este incidente, recobrar la memoria perdida, ocurriera sólo una semana luego de que Fluyan mis lágrimas fuera lanzado? ¿Y es precisamente allí donde hay una replicación de las personas y eventos de Hechos de los Apóstoles, que tiene lugar precisamente en ese momento -luego de la muerte y resurrección de Jesús- que yo recordé, por medio del símbolo del pez dorado, como si acabara de ocurrir?
Si ustedes fueran yo y les ocurriera esto, estoy seguro que no podrían pasarlo por alto. Buscarían una teoría que lo explicara. Por cuatro años he intentado una teoría tras otra: tiempo circular, tiempo congelado, tiempo atemporal, que es llamado “sagrado” en contraste al tiempo “mundano”… No puedo enumerar las teorías que he intentado. Una constante prevalece, sin embargo, en todas ellas. Debe existir un Espíritu o Santo misterioso que tiene una relación exacta e íntima con Cristo, que pues adentrarse en las mentes humanas, guiarlas e informarlas, e incluso expresarse a través de esos humanos, aun sin que ellos lo noten.
Cuando escribía Fluyan mis lágrimas, en 1970, ocurrió un evento inusual cuya rareza yo pude apreciar en su momento, no era parte del proceso de escritura normal. Tuve un sueño una noche, un sueño especialmente vívido. Y cuando desperté sentí la necesidad absoluta de incluir el sueño en la novela tal y como lo había soñado. Incluyéndolo correctamente, tuve que escribir once borradores de la parte final del manuscrito hasta que quedé satisfecho.
Lo cito ahora de la novela, como apareció en su forma final, publicada. Miren si este sueño les recuerda alguna cosa:
“El campo, marrón y seco, en verano, donde había vivido cuando niño. Cabalgaba, y a su derecha se acercaba lentamente una cuadrilla de caballos. Eran cabalgados por hombres de túnicas brillantes, cada una de diferente color; cada uno portaba un casco que centelleaba bajo el sol. Los caballeros solemnemente, lentos, lo sobrepasaron y cuando estaban a su lado vislumbró el rostro de uno de ellos: un rostro de mármol antiguo, un hombre viejísimo con cascadas ondulantes de barbas blancas. Qué nariz tenía. Qué nobleza en sus rasgos. Cansado, serio, superior a cualquier hombre ordinario. Evidentemente era un rey.
Felix Buckman los dejó pasar; no les habló y ellos no le dijeron nada. Juntos, fueron hacia la casa de la que él venía. Un hombre se escondía dentro de la casa, un hombre solo, Jason Taverner, en el silencio y la oscuridad, sin ventanas, solitario hasta la eternidad. Sentado, existiendo apenas, inerte. Felix Buckman continuó su camino, fuera en el campo. Y entonces escuchó tras él un chillido espantoso. Habían matado a Taverner, y viéndolos entrar, sintiéndolos entre las sombras a su alrededor, sabiendo lo que pretendían hacerle, Taverner había chillado.
En el fondo de su ser Felix Buckman se vio invadido por una pena honda y absoluta. Pero en el sueño no dio la vuelta ni miró hacia atrás. No había nada que pudiera hacer. Nadie pudo haber detenido al grupo de hombres de túnicas multicolores; a ellos no se les puede decir no. No importaba, ya había pasado. Taverner estaba muerto.”
Este pasaje probablemente no les sugiera nada en particular, excepto que una cuadrilla de hombres a caballo juzgaron a alguien culpable o considerado culpable. No es claro si Taverner había cometido un crimen o sólo se creía que lo había cometido. Yo tengo la impresión de que era culpable, pero es trágico que tuviera que morir, es una tragedia terriblemente triste. En la novela, este sueño hace llorar a Felix Buckman, y es ahí cuando busca al hombre negro en la estación de gasolina.
Meses después de que mi novela había sido publicada, encontré la sección de la Biblia a la que este sueño se refiere. Es Daniel 7:9:
“Mientras yo observaba esto, se colocaron unos tronos, y tomó asiento un venerable Anciano. Su ropa era blanca como la nieve, y su cabello, blanco como la lana. Su trono con sus ruedas centelleaban como el fuego. De su presencia brotaba un torrente de fuego. Miles y millares le servían, centenares de miles lo atendían. Al iniciarse el juicio, los libros fueron abiertos.”
El hombre de la cabellera blanca aparece de nuevo en Apocalipsis, 1:13:
“En medio de los candelabros estaba alguien semejante al Hijo del hombre, vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y ceñido con una banda de oro a la altura del pecho. Su cabellera lucía blanca como la lana, como la nieve; y sus ojos resplandecían como llama de fuego. Sus pies parecían bronce al rojo vivo en un horno, y su voz era tan fuerte como el estruendo de una catarata.”
Y luego en 1:17:
“Al verlo caí a sus pies como muerto; pero él, poniendo su mano derecha sobre mí, me dijo: “No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno. Escribe, pues, lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá después.”
Y como Juan de Patmos, yo escribí fielmente lo que vi y lo puse en mi novela. Y era verdad, aunque en ese momento yo no sabía de quién hablaba al decir:
“…vislumbró el rostro de uno de ellos: un rostro de mármol antiguo, un hombre viejísimo con cascadas ondulantes de barba blanca. Qué nariz tenía. Qué nobleza en sus rasgos. Cansado, serio, superior a cualquier hombre ordinario. Evidentemente era un rey.”
Ciertamente era un rey. Era el mismísimo Cristo de regreso para juzgarnos. Y esto es lo que hace en mi novela: juzga al hombre escondido en las tinieblas. El hombre escondido en las tinieblas debe ser el príncipe del Mal, la fuerza de la oscuridad. Llámenlo como deseen, su tiempo había llegado. Fue juzgado y condenado. Felix Buckman pudo gemir ante la tristeza de este evento, pero él sabía que el veredicto no podía ser contrariado. Y por eso cabalgó, sin dar vuelta ni mirar atrás, escuchando sólo el chillido de miedo y derrota: el llanto del mal al ser destruido.
Luego, mi novela contiene material de otras partes de la Biblia, así como las secciones de Hechos. Descifrada, cuenta una historia bastante distinta de aquella en su superficie (la cual no abordaremos acá). La historia real es sencillamente esta: el regreso de Cristo, ahora rey en lugar de sufrido sirviente. Juez en lugar de víctima de un juicio injusto. Todo es revertido. El mensaje central de mi novela, sin que yo lo supiera, era una advertencia a los poderosos: Pronto serán juzgados y condenados. ¿A quién, específicamente, se refería? Bueno, no puedo decirlo; o tal vez prefiero no decirlo. No tengo la absoluta seguridad, sólo una intuición. Y eso no es suficiente para proseguir, así que mejor no digo lo que pienso. Pero ustedes deberían preguntarse qué eventos políticos ocurrieron en este país entre Febrero de 1974 y Agosto de 1974. Pregúntense quien fue juzgado y condenado, y cayó como una estrella fugaz hacia la ruina y la desgracia. El hombre más poderoso del mundo. Y yo me sentí mal por él tal y como me sentí mal cuando soñé aquel sueño. “Ese pobre hombre,” le dije a mi mujer, con lágrimas en los ojos. “Encerrado en la oscuridad, tocando el piano por las noches sólo para sí mismo, solitario y temeroso, sabiendo lo que venía.” Por Dios, perdonémoslo. Pero lo que le hicieron a él y sus hombres -”todos los hombres del presidente”, como dicen- tenía que ser hecho. Y ya está, y él debería ver la luz del sol de nuevo; ninguna criatura, ninguna persona, debería ser encerrada en la oscuridad para siempre, en el miedo. No es humano. Justo cuando la Corte Suprema decidía que las cintas de Nixon debían ser entregadas al fiscal especial, yo estaba comiendo en un restaurante chino en Yorba Linda, el pueblo en California donde Nixon fue a la escuela -donde creció, trabajó en una tienda, donde hay un parque llamado en su honor, y por supuesto se encuentra la casa de Nixon, de madera sencilla y todo. En mi galleta de la suerte, recibí la siguiente fortuna:
LO HECHO EN SECRETO TIENE UNA
MANERA DE SER DESCUBIERTO.
Envié el pedazo de papel por correo a la Casa Blanca, mencionando que el restaurante Chino estaba ubicado a menos de una milla de la casa de Nixon, y dije “Yo creo que un error ha ocurrido; por accidente recibí la fortuna del señor Nixon. ¿Él tiene la mía?” La Casa Blanca nunca respondió.
Y bueno, como dije antes, un autor de una obra que se supone ficción puede haber escrito la verdad sin saberlo. Citando a Jenófanes, otro presocrático: “Aun si un hombre tiene la oportunidad de decir la absoluta verdad, él no la sabrá; todas las cosas están envueltas en apariencias” (Fragmento 34). Y Heraclito complementó: “La naturaleza de las cosas acostumbra ocultarse a sí misma.” (Fragmento 54). W.S. Gilbert, de Gibert y Sullivan, lo dijo así: “Las cosas pocas veces son lo que aparentan; la leche descremada se disfraza de crema.” Y el punto es que no podemos confiar en nuestros sentidos y probablemente ni siquiera en nuestro razonamiento a priori. Con respecto a nuestros sentidos, tengo entendido que personas que han nacido ciegas y luego han ganado la vista de repente se sorprenden al descubrir que los objetos lucen más y más pequeños a medida que nos alejamos. Lógicamente, no hay una razón para que esto ocurra. Nosotros, por supuesto, lo aceptamos, porque estamos acostumbrados. Vemos los objetos hacerse pequeños, pero sabemos que realmente permanecen del mismo tamaño. Así, incluso la persona pragmática común desprecia sofisticadamente algo de lo que sus ojos y orejas le dicen.
Poco de lo que Heráclito escribió sobrevivió, y lo que nos quedó es oscuro, pero el Fragmento 54 es lúcido e importante: “La estructura latente controla la estructura obvia.” Esto significa que Heráclito creía que un velo yacía sobre el verdadero escenario. Tal vez pudo sospechar que el tiempo no era lo que parecía, porque en el Fragmento 52 dijo: “El tiempo es un niño jugando, jugando a que corre; de un niño es el reino.” Esto es ciertamente críptico. Pero él también dijo, en el Fragmento 18: “Si uno no lo espera, no podrá encontrar lo inesperado; no puede ser rastreado y ningún camino nos lleva hacia él.” Edward Hussey, en su libro académico Los pre-socráticos, dice:
“Si Heráclito es tan insistente en evidenciar la falta de comprensión mostrada por la mayoría de los hombres, sería razonable que él ofreciera instrucciones para penetrar la verdad. Su juego de acertijos y conjeturas sugiere que una especie de revelación, inaccesible al control humano es necesaria… La verdadera sabiduría, como ha sido visto, se asocia íntimamente con Dios, lo que implica que al contar con una sabiduría avanzada el hombre se convierte en algo como Dios, o en una parte de Él.”
Esta cita no hace parte de un libro religioso o de un libro en teología; es un análisis de los filósofos tempranos por un profesor en filosofía antigua de la universidad de Oxford. Hussey deja claro que para estos filósofos tempranos no hay diferencia entre filosofía y religión. El primer gran salto cuántico en teología griega fue dado por Jenófanes de Colofón, nacido a mediados del siglo sexto antes de Cristo. Jenófanes, sin acudir a más autoridad que aquella de su propia mente, dice:
“Hay un dios que no es similar a ninguna criatura mortal ni en su forma corpórea ni en los pensamientos de su mente. Todo él ve, Todo él piensa, todo él escucha. Se encuentra siempre, inamovible, en el mismo lugar; no está previsto que se mueva hacia allí o hacia allá.”
Esta es una concepción avanzada y sutil de Dios, evidentemente sin precedentes entre los filósofos griegos. “Los argumentos de Parménides parecían demostrar que toda realidad debía ser una mente,” escribe Hussey, “o un objeto de pensamiento en una mente.” Refiriéndose específicamente a Heráclito, dice, “En Heráclito es difícil saber si los designios de la mente de Dios son distinguibles de la ejecución del mundo, o si la mente de Dios se distingue del mundo.” El salto dado por Anaxágoras siempre me ha fascinado. “Anaxágoras terminó ofreciendo una teoría de la microestructura de la materia que la hacía hasta cierto punto inaccesible a la razón humana.” Anaxágoras creía que todo era determinado por la Mente. Estos no eran pensadores inmaduros o primitivos. Ellos debatían temas serios y se estudiaban mutuamente con cuidadosa atención. No fue sino hasta los tiempos de Aristóteles cuando sus posiciones se vieron reducidas a lo que podemos calificar con facilidad, pero erróneamente, como crudas. La suma de gran parte de la teología y filosofía presocrática puede ser enunciada de la siguiente manera: El Kosmos no es lo que parece ser, y lo que probablemente es en lo más profundo es precisamente aquello que es el ser humano en lo más profundo (llámenlo mente o alma), es algo unitario que vive y piensa, y sólo parece ser plural y material. Gran parte de esta visión nos llega a través de la doctrina del Logos referente a Cristo. El Logos es lo que es pensado y lo que piensa: pensamiento y pensador unidos. El universo, entonces, es pensador y pensamiento, y dado que somos parte de él, nosotros como humanos resultamos ser pensamientos y pensadores de esos pensamientos. Así, si Dios piensa en Roma alrededor de 50 D.C., entonces Roma es. El universo no es un reloj y Dios la mano que le da cuerda. El universo no es un reloj eléctrico y Dios la batería. Spinoza creía que el universo era la extensión del cuerpo de Dios al espacio. Pero antes de Spinoza (dos mil años antes) Xenófanes había dicho “sin esfuerzo, controla todo con un pensamiento” (Fragmento 25). Si alguno de ustedes ha leído mi novela Ubik, sabrá que la entidad o mente o fuerza misteriosa llamada Ubik inicia con una serie de propagandas vulgares y baratas y termina diciendo:
“Yo soy Ubik. Antes que el universo fuera, yo era. Yo hice los soles. Yo hice los mundos. Yo creé las vidas y los lugares que habitan; Yo las trasladé aquí, yo las puse allá. Van a donde yo diga, hacen lo que yo desee. Yo soy la palabra y mi nombre nunca es dicho, es un nombre que nadie conoce. Yo soy llamado Ubik pero ese no es mi nombre. Yo soy. Yo siempre seré.”
De aquí es obvio concluir quién y qué es Ubik; él dice específicamente que es la palabra, que es lo mismo que decir, el Logos. En la traducción alemana ocurrió uno de los más maravillosos lapsus de entendimiento acertado de los que yo tenga noticia; que Dios nos ayude si el hombre que tradujo mi novela Ubik al alemán hace una traducción del Nuevo Testamento del griego koiné al aleman. Todo iba bien hasta que llegó a la frase “Yo soy la palabra”. Esa frase lo hizo dudar. ¿Qué querrá decir con eso? Se debió haber preguntado, obviamente nunca había tenido contacto con la doctrina del Logos. Debido a esto él intentó la mejor traducción posible. En la edición alemana, la Entidad Absoluta que hizo los soles, que hizo los mundos, creó las vidas y los lugares que habitan, dice de sí misma:
“Yo soy la marca” (brand, marca comercial)
Si hubiera traducido el Evangelio según san Juan, supongo que hubiera terminado con algo del estilo:
“En el principio ya existía la marca, y la marca estaba con Dios, y la marca era Dios.”
Parecería que yo no sólo vengo a dar saludos en nombre de Disneylandia sino de Mortimer Snerd (un humorista). Esa es la suerte que corren los autores que desean incluir temas teológicos en sus obras. “La marca estaba, entonces, con Dios al principio, y por medio de ella todas las cosas fueron creadas; sin ella, nada de lo creado llegó a existir.” Y así prosigue noblemente. Esperemos que Dios tenga sentido del humor.
O tal vez debo decir, Esperemos que la marca tenga sentido del humor.
Como les dije antes, las dos preocupaciones de mi escritura son “¿Qué es realidad?” y “¿Qué es el humano auténtico?”. Estoy seguro que para este momento ustedes pueden notar que yo no he sido capaz de dar con una respuesta para la primera pregunta. Tengo la intuición de que de algún modo el mundo de la Biblia es literalmente un paisaje real pero velado, que no cambia, oculto a nuestra percepción, pero ofrecido a nosotros por la revelación. Eso es todo lo que se me ha ocurrido, una mezcla de experiencia mística, razón y fe. Quisiera decir algo ahora acerca de las características del auténtico humano; en mi búsqueda he dado con respuestas más plausibles en este asunto.
El ser humano auténtico es aquel que instintivamente sabe lo que no debe hacer y, además, se resistirá a hacerlo. Rehusará hacerlo incluso si esto le acarrea horribles consecuencias a él y a aquellos que ama. Esta, para mí, es la característica heroica fundamental de la gente común; ellos dicen No al tirano y asumen con calma las consecuencias de esta resistencia. Sus acciones pueden ser pequeñas, y muchas veces ignotas, despreciadas por la historia. Sus nombres no son recordados ni ellos esperan que sus nombres sean recordados. Percibo su autenticidad de una manera extraña: no en su disposición para realizar grandes acciones heroicas, sino en su callado rehusarse. En esencia, ellos no pueden ser forzados a ser lo que no son.
El poder de las realidades espurias nos golpea hoy en día; esas falsificaciones deliberadamente construidas nunca penetran el corazón del verdadero ser humano. Yo miro a mis hijos ver televisión y al principio temo por lo que les están enseñando, pero luego me doy cuenta que ellos no pueden ser corrompidos o destruidos. Ellos miran, ellos escuchan, ellos entienden, y, luego, cuando y donde sea necesario, descartan. Hay algo poderosísimo en la habilidad de los niños para resistir lo fraudulento. Un niño tiene la visión más clara, la mano más firme. Los tramposos, los promotores de la farsa, intentan ganarlos en vano. Es cierto, las compañías de cereales han logrado vender cantidades enormes de desayunos basura; las cadenas de hamburguesas y hot dogs venden infinidad de comida rápida irreal a los niños, pero su corazón profundo late con firmeza, inalcanzable e intocable. El niño de hoy puede detectar una mentira más rápido que el adulto más sabio de hace dos décadas. Cuando yo quiero saber lo que es cierto, le pregunto a mis hijos. Ellos no me preguntan; yo les pregunto a ellos.
Un día, mientras mi hijo Christopher, que tiene cuatro años, jugaba en frente de su madre y yo, empezamos a discutir el futuro de Jesús en los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), Christopher nos miró por un instante y dijo, “Yo soy un pescador. Pesco pescados.” Jugaba con una linterna metálica que alguien me había dado, pero yo nunca había usado… Y de repente me di cuenta de que la linterna tenía la forma de un pez. Me pregunto qué pensamientos fueron impuestos en el alma de mi niñito en ese momento, no precisamente por mercaderes de cereales ni traficantes de golosinas. “Yo soy un pescador. Pesco pescados.”
Christopher, a los cuatro años, había encontrado el símbolo que yo no encontré sino hasta que tenía cuarenta y cinco.
El tiempo es cada vez pasa más rápido. ¿Y hacia donde? Tal vez nos fue dicho hace dos mil años. O tal vez no fue realmente hace tanto; tal vez es un espejismo que tanto tiempo haya transcurrido. Tal vez fue hace sólo una semana, o incluso hoy temprano. Quizás el tiempo no corre; quizás, además, se agota.
Y si así ocurre, las atracciones de Disneylandia nunca serán las mismas de nuevo. Porque cuando el tiempo se termine, los pájaros y los hipopótamos y los leones y los cervatillos de Disneylandia dejarán de ser simulaciones, y, por vez primera, un pájaro verdadero cantará.
Gracias.

jueves, 28 de mayo de 2009

La genialidad del vulgo, Charles Bukowski

La genialidad del vulgo

Hay suficiente traición, odio, violencia y absurdo en el ser humano común y corriente como para proveer a cualquier ejército en cualquier momento

Y los mejores asesinos son los que predican en contra del asesinato
Y los mejores odiando son los que predican el amor
Y los mejores para la guerra son los que predican la paz

Ésos que predican sobre dios, lo necesitan
Ésos que predican paz no la tienen
Ésos que predican paz no tienen amor

Cuidado con los predicadores
Cuidado con los expertos
Cuidado con esos que siempre andan leyendo libros
Cuidado con esos que o bien detestan la pobreza
O se sienten orgullosos de ella
Cuidado con esos que se apuran en elogiar
Porque necesitan elogios de vuelta
Cuidado con esos que se apuran en censurar
Tienen miedo de lo que no conocen
Cuidado con esos que permanentemente buscan la multitud
No son nadie solos
Cuidado con el hombre promedio, con la mujer promedio
Cuidado con su amor, su amor es común y corriente
Busca lo común y corriente

Pero hay genialidad en su odio
Hay suficiente genialidad en su odio como para matarte
Para matar a cualquiera
Sin querer la soledad
Sin poder entenderla
Tratarán de destruir cualquier cosa
Distinta a ellos mismos
Sin ser capaces de crear arte
No entenderán el arte
Considerarán su falla como creadores
Como una falla del mundo
No siendo capaces de amar plenamente
Creerán que tu amor es incompleto
Y entonces te odiarán
Y su odio será perfecto

como un diamante resplandeciente
como un cuchillo
como una montaña
como un tigre
como la cicuta

su mejor arte

miércoles, 14 de enero de 2009

Jonathan Swift: Una modesta proposición

Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público

Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes, quienes apenas crecen se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el aspirante a la corona en España, o se venden a sí mismos en las islas Barbados.
Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.
Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.
Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.
El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible frente al actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden lo básico mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.
Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.
Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no podrán prestarse a la menor objeción.
Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.
Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para reproducirse, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos (lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños rara vez son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes) por lo que un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.
He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.
Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.
Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.
Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.
Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.
En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.
Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas no mayores de catorce años ni menores de doce, pues son bastantes los que están a punto de morir de hambre en todo el país por falta de trabajo y ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos, porque en lo que concierne a los machos, un conocido norteamericano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, igual que la de nuestros escolares gracias al continuo ejercicio, y su sabor desagradable, y además cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público porque muy pronto serían fecundas, y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad, lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que fuese.
Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.
Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.
He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.
En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al aspirante, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.
Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.
Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.
Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.
Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan grato como a ellos les plazca.
Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.
Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.
Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.
No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.
Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.
Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas humanas cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.
Declaro con toda la sinceridad de mi corazón que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda

Dublín, Irlanda, 1729

miércoles, 7 de enero de 2009

Manifiesto Chelsea Hotel: YVES KLEIN

Debido a que he pintado monocromos por más de 15 años,

Debido a que he creado estados pictóricos inmateriales,

Debido a que he manipulado las fuerzas del vacío,

Debido a que he esculpido con fuego y con agua; a que he pintado con fuego y con agua

Debido a que he pintado con pinceles vivientes, en otras palabras, con el cuerpo desnudo de modelos vivas cubiertas con pintura: estos pinceles vivos estaban bajo la constante dirección de mis órdenes, por ejemplo les decía “un poco a la derecha; ahora hacia la izquierda; a la derecha nuevamente, etc.." Al mantenerme a una distancia específica y obligatoria de la superficie a pintar fui capaz de resolver el problema del desapego.

Debido a que inventé la arquitectura y el urbanismo del aire (por supuesto, este nuevo concepto trasciende el significado tradicional de "arquitectura y urbanismo”; mi objetivo desde el principio fue renovar la leyenda del paraíso perdido. Este proyecto fue dirigido hacia la superficie habitable de la tierra a través de la climatización de las grandiosas superficies geográficas mediante un absoluto control de la situación térmica y atmosférica que está en relación con las condiciones morfológicas y psíquicas.

Debido a que he propuesto una nueva concepción de música gracias a mi “sinfonía de silencio monotonal”

Debido a que he presentado un teatro del vacío, entre otras incontables aventuras...

Nunca hubiese creído hace quince años, mientras llevaba a cabo mis primeros esfuerzos, que de pronto sentiría la necesidad de justificarme, de satisfacer el deseo de saber la razón de todo lo que ha ocurrido e incluso el aún más peligroso efecto causado. En otras palabras, la influencia que mi arte ha tenido sobre la joven generación de artistas contemporáneos en el mundo.

Me molesta oír que un cierto número de ellos cree que represento un peligro para el futuro del arte, que soy uno más de esos desastrosos y molestos resultados de nuestros tiempos que deben ser aplastados y destruidos antes de que la propagación de mi mal se apodere de todo completamente.

Lamento decir que esta no era mi intención; y quiero declarar alegremente frente a aquellos que evidencian fe en la multiplicidad de nuevas posibilidades en los caminos que describo, ¡que se cuiden! Nada se ha cristalizado aún, ni puedo decir lo que pasará después de esto. Sólo puedo decir que ya no tengo miedo como ayer al enfrentarme al recuerdo del futuro.

Un artista siempre se siente incómodo cuando es llamado a hablar de su propio trabajo. Debería hablar por sí mismo, sobre todo cuando es válido.

¿Qué puedo hacer? ¿Detenerme ahora?

No, lo que llamo “la indefinible sensibilidad pictórica” me impide absolutamente esta solución.

Así que...

Pienso en esas palabras que escribí alguna vez inspirado: "Acaso el futuro artista no será el que se exprese mediante un eterno silencio, mediante una inmensa pintura que no posea dimensiones?

Los que frecuentan galerías de arte, como cualquier otro público, carga con un inmenso cuadro en su memoria (una recuerdo que no derivaría para nada del pasado, sino que por sí solo nos permite reconocer la posibilidad de acrecentar indefinidamente lo inconmesurable en el interior de la sensibilidad humana).

Es necesario crear y recrear una constante fluidez física para poder recibir la gracia que permite una creación positiva desde el vacío.

Así como cree una sinfonía monótona silente en 1947 compuesta de dos partes (un enorme sonido continuo seguido de un silencio igualmente enorme y extenso, provisto de una dimensión limitada), voy a intentar hacer desfilar ante ustedes una pintura escrita de lo que es la corta historia de mi arte, a la que seguirá naturalmente (al final de mi exposición) un puro silencio efectivo.

Mi exposición se terminará con la creación de un irresistible silencio a posteriori, cuya existencia está inmunizada contra todas las cualidades destructivas del ruido físico en nuestro espacio común, que no es otro después de todo que el espacio de un único ser viviente.

Esto depende en gran parte del éxito de mi cuadro escrito en su fase técnica y audible inicial. Solamente así el extraordinario silencio a posteriori en medio del ruido, lo mismo que en la célula del silencio físico engendrará una nueva y única zona de sensibilidad pictórica de lo inmaterial.

Ya que hemos alcanzado este punto del espacio y el conocimiento, propongo prepararme para el salto, dar unos pasitos hacia atrás, y saltar sobre el trampolín de mi evolución.

Así como un clavadista olímpico, a la manera más clásica del deporte, para prepararme a saltar sobre el futuro de hoy debo moverme con prudencia hacia atrás, sin siquiera perder la vista del borde que hemos conseguido a conciencia en la actualidad; la inmaterialización del arte.

¿Cuál es el propósito de este viaje retrospectivo en el tiempo?

Simplemente quiero evitar que ustedes o yo caigamos bajo el poder de ese fenómeno de los sueños que provoca la descripción de los sentimientos y paisajes de nuestro brusco aterrizaje en el pasado. Ese pasado sicológico es justamente el anti-espacio que dejé atrás en el curso de mis aventuras de los últimos quince años.

En la actualidad me siento entusiasmado particularmente con el “mal gusto”. Estoy íntimamente convencido de que en la esencia misma del mal gusto existe una fuerza capaz de crear cosas que están situadas mucho más allá de lo que se llama tradicionalmente “la obra de arte”. Quiero jugar fría y ferozmente con el sentimentalismo humano, con su morbidez.

Sólo muy recientemente me he convertido en una especie de sepulturero del arte (bastante curioso, en estos momentos utilizo los mismos términos de mis enemigos). Algunas de mis obras más recientes son ataúdes y tumbas. Al mismo tiempo lograba pintar con fuego; utilizaba llamas de gas particularmente potentes y abrazadoras, cuya altura alcanzaba a veces los tres o cuatro metros, y las hacía lamer la superficie de la pintura de tal modo que ésta registrara el trazo espontáneo del fuego.

Mi propósito, en suma, es doble. En primer lugar registrar la impronta del sentimentalismo del hombre en la civilización actual, y luego registrar el trazo del fuego, quien ha engendrado esta misma civilización. Y todo ello porque el vacío siempre ha sido mi preocupación esencial, y estoy convencido de que en el corazón del vacío, lo mismo que en el corazón del ser humano, hay fuegos ardiendo.

Todos los hechos que se contradicen son auténticos principios de una explicación del universo. Ciertamente, el fuego es uno de esos principios, contradictorio en esencia, porque es al mismo tiempo luz y dulzor y la tortura que ahonda en el corazón y en el origen de nuestra civilización. Pero, ¿qué es lo que me incita a indagar en el sentimentalismo a través de la fabricación de supertumbas y superataúdes? ¿Qué es lo que me lleva en busca de la impronta del fuego? ¿Por qué es necesario que busque el trazo en sí mismo?

Porque todo trabajo de creación, sin importar su posición cósmica, es la representación de una pura fenomenología: todo lo que es fenómeno se manifiesta por sí mismo. Esta manifestación se distingue siempre de la forma y es la esencia de lo Inmediato, el trazo de lo Inmediato.

Hace algunos meses, por ejemplo, sentí la urgente necesidad de registrar los signos del comportamiento atmosférico, grabando sobre un lienzo los primeros trazos instantáneos de las lluvias de primavera, los vientos del sur y los relámpagos (no es necesario precisar que esta última tentativa se saldó con una catástrofe). Por ejemplo, un viaje de parís a Niza hubiera sido una pérdida de tiempo si no lo hubiera aprovechado para hacer un registro del viento. Coloqué un lienzo embardunado con pintura fresca en el techo de mi citroën blanco. Y, mientras atravesaba la nacional VII a 100 por hora, el calor, el frío, la luz, el viento y la lluvia consiguieron que mi lienzo envejeciera prematuramente. Treinta o cuarenta años al menos estaban reducidos a una sola jornada. Lo único fastidioso en este proyecto es que no podía separarme de mi pintura en todo el viaje.

Los grabados atmosféricos que registré hace algunos meses fueron precedidos por impresiones vegetales. Después de todo, mi propósito no es sino extraer y obtener de los objetos naturales el trazo de lo inmediato, sea cual sea el origen (ya sea de circunstancias humanas, animales, vegetales o atmosféricas).

Ahora me gustaría, si conceden su permiso y extrema atención, divulgarles la que probablemente es la fase más importante y ciertamente la más secreta. No sé si me creerán, pero es el canibalismo. Después de todo, ¿no será preferible ser devorado que ser bombardeado hasta morir? Me resulta difícil desarrollar esta idea que durante años me ha atormentado. Así que se las dejo a ustedes para que saquen sus propias conclusiones con respecto al futuro del arte.

Si damos un paso atrás otra vez, siguiendo los procesos de mi argumentación, llegamos al momento en que imaginé la pintura hecha con pinceles vivientes. Eso fue hace dos años. La finalidad de tal proceso era conseguir mantener una distancia definida y constante entre el cuadro y yo durante el momento de la creación.

Muchos críticos se quejaron de que mediante este método no hacía nada más que recrear la técnica de lo que se ha llamado action painting. Pero me gustaría que nos diéramos cuenta de que lo que yo emprendí se distinguía de la action painting en que yo estoy completamente libre de todo trabajo físico durante el tiempo que dura la creación.

Para no citar más que un ejemplo de los errores antropométricos que se pueden encontrar en las ideas deformadas que ha divulgado la prensa internacional, hablaré de ese grupo de pintores japoneses que con gran refinamiento utilizaron mi método de una manera extraña; estos pintores se transformaron ellos mismos en pinceles vivientes. Al sumergirse en los colores y rodar por lienzos se hicieron representantes de algo así como un ultra-action-painting. Personalmente nunca intentaría embadurnarme el cuerpo y así convertirme en un pincel viviente. Al contrario, prefiero usar mi esmoquin y guantes blancos.

Nunca se me ocurriría ensuciarme las manos con pintura. Separado y distante, la obra de arte debe completarse bajo mi vigilancia y mis órdenes.


Entonces, desde que la obra comienza a completarse, estoy ahí, presente en la ceremonia, inmaculado, calmo, distendido, perfectamente consciente de lo que ocurre y dis¬puesto a recibir el arte naciente al mundo tangible.

¿Qué es lo que me ha llevado a la antropo¬metría? La respuesta se encuentra en las obras que he ejecutado entre 1956 y 1957, cuando participaba en la aventura de la creación de la sensibilidad pictórica inmaterial.

Acababa de deshacerme en mi taller de todas mis obras anteriores. Resultado: un taller vacío. Todo lo que podía hacer físicamente era quedarme en mi taller vacío, y se desplegaba maravillosamente mi actividad creadora de estados pictóricos inmateriales. Poco a poco empecé a desconfiar de mí mismo, pero nunca de lo suprasensible. A partir de ese momento trabajaría con modelos, siguiendo el ejemplo de todos los pintores. Pero, al contrario de ellos, yo sólo quería trabajar en compañía de las modelos, pero no que posaran para mí.

Había pasado demasiado tiempo solo en aquel taller vacío: no quería quedarme solo por más tiempo en aquel vacío maravillosamente azul que estaba abriéndose.

Aunque pueda parecer raro, ¿se acuerdan que dije ser perfectamente consciente de no poseer el vértigo que sentían mis predecesores cuando se encontraban cara a cara con el vacío absoluto, que naturalmente es el verdadero espacio pictórico?

Pero ¿cuánto tiempo podría perdurar mi seguridad habiendo tomado consciencia de esto?

Hace años, el artista iba derecho al tema, trabajaba en el exterior, en el campo, y tenía los pies en la tierra, era algo saludable.

Hoy en día los pintores de caballete se han vuelto academicistas y han ido tan lejos que se encierran en sus talleres para enfrentarse a los terribles espejos de sus lienzos. Ahora tengo claro qué es lo que me llevó a querer trabajar con modelos desnudas: quería evitar convertirme en prisionero de las altamente espirituales esferas de la creación. Si no, me habría enemistado con el sano juicio, que una y otra vez nos comunica que somos seres de carne y hueso.

No me interesaban los contornos del cuerpo, su forma, sus singulares colores, que fluctúan entre la vida y la muerte. Sólo es válido el clima animado, puro y esencial de la carne.

Al haber rechazado la nada descubrí el vacío. El significado de las zonas cromáticas supra¬sensibles surgidas de las profundidades del vacío, que yo dominaba por entonces, era de un orden bastante material. Puesto que consideraba inaceptable vender estas zonas suprasensibles por dinero, pedí por el más valioso elemento de lo suprasensible, el más valioso elemento de lo material, una barra de oro. Vendí un gran número de estos estados pictóricos suprasensibles, por improbable que parezca.

Podría contar otras cosas sobre mi aventura en el interior de lo suprasensible y del vacío, pero esto nos llevaría a una larga pausa, y yo ahora me ocupo ininterrumpidamente del desarrollo de una pintura escrita.

Ya no me parecía que la pintura había de ser relegada funcionalmente a la mirada, desde que, en el curso de mi período monocromo azul de 1957, tomé conciencia de lo que llamé la sensibilidad pictórica. Esta sensibilidad pictórica existe más allá de nosotros y, con todo, aún pertenece a nuestra esfera. No tenemos derecho alguno a la posesión sobre la vida en sí. Sólo con la intermediación de la sensibilidad en nuestra toma de posesión podemos comprar la vida. La sensibilidad que nos permite perseguir la vida al nivel de sus manifestaciones materiales de base, en los intercambios y el trueque que representa el universo del espacio, de la totalidad inmensa de la naturaleza.

¡La imaginación es el vehículo de la sensibilidad!

Transportados por la imaginación (eficaz) alcanzamos la vida, la vida misma, que es el arte absoluto.

El arte absoluto, lo que los mortales lla¬man, bajo una sensación de vértigo, la suma del arte, se materializa instantáneamente. Hace su aparición en el mundo tangible incluso mientras vivo en un lugar fijado geométricamente, en la estela de desplazamientos volumétricos extraordinarios con una velocidad estática y vertiginosa.

La explicación de las condiciones que me han llevado a la sensibilidad pictórica se encuen¬tra en la fuerza intrínseca de los monocromos de mi período azul de 1957. Este período de mono¬cromos azules era el fruto de mi exploración de lo indefinible en la pintura, aspecto que fue capaz de señalar, ya en su época, el maestro Delacroix.

De 1946 a 1956 mis experiencias mono¬cromas efectuadas con otros colores distintos al azul no me hicieron perder de vista la verdad fundamental de nuestro tiempo, a saber, que la forma ha dejado ya de ser un simple valor lineal, sino que será en lo sucesivo un valor de impregnación. Cuando, aún adolescente, en 1946, quise escribir mi nombre del otro lado del cielo durante un fantástico viaje "realístico-imaginario". Aquel mismo día, mientras estaba tumbado en la playa de Niza, sentí aversión hacia los pájaros que volaban de acá para allá en medio de mi bello cielo azul sin nubes, porque intentaban hacer agujeros en la más bella y mayor de mis obras.

Hay que destruir hasta el último pájaro.

Sólo entonces, nosotros, humanos, habremos adquirido el derecho de evolucionar en plena libertad, sin ninguna traba física ni espiritual.

Ni los misiles, ni los cohetes, ni los sputnik harán del hombre el "conquistador" del espacio.

Esos medios no proceden sino de la fantasmagoría de los sabios de hoy, que aún están animados por el espíritu romántico y sentimental del siglo XIX.

El hombre no llegará a tomar posesión del espacio más que a través de las fuerzas terroríficas, las impregnadas paz y sensibilidad. Podrá conquistar el espacio -que ciertamente es su deseo más querido- sólo después de haber realizado la impregnación del espacio con su propia sensibilidad. Su sensibilidad puede incluso leer en la memoria de la naturaleza, ya se trate del pasado, del presente o del futuro!

¡Es nuestra verdadera capacidad de acción extradimensional.

Y, si es necesario, he aquí algunas pruebas, precedentes o precursores: Dante describió en su Divina Comedia con una precisión absoluta lo que razonablemente ningún viajero de su tiempo habría podido descubrir: la constelación, invisible desde el hemisferio norte, conocida bajo el nombre de Cruz del Sur.

Jonathan Swift, en sus Viajes de Gulliver, descubrió las distancias y los períodos de rotación de dos satélites de Marte, por ese tiempo completamente desconocidos.

Cuando el astrónomo americano Asaph Hall los descubrió en 1877, las mediciones que hizo coincidían con las de Swift. ¡Presa del pánico, los llamó "Phobos" y "Deimos", Miedo y Terror! Con estas dos palabras, "Miedo" y "Terror", me encuentro ante ustedes en este año de 1946, dispuesto a zambullirme en el vacío.
¡Larga vida a lo inmaterial!
Y, ahora
les agradezco su amable atención.

YVES KLEIN