miércoles, 14 de enero de 2009

Jonathan Swift: Una modesta proposición

Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público

Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes, quienes apenas crecen se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el aspirante a la corona en España, o se venden a sí mismos en las islas Barbados.
Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.
Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.
Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.
El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible frente al actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden lo básico mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.
Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.
Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no podrán prestarse a la menor objeción.
Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.
Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para reproducirse, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos (lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños rara vez son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes) por lo que un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.
He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.
Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.
Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.
Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.
Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.
En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.
Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas no mayores de catorce años ni menores de doce, pues son bastantes los que están a punto de morir de hambre en todo el país por falta de trabajo y ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos, porque en lo que concierne a los machos, un conocido norteamericano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, igual que la de nuestros escolares gracias al continuo ejercicio, y su sabor desagradable, y además cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público porque muy pronto serían fecundas, y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad, lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que fuese.
Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.
Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.
He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.
En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al aspirante, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.
Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.
Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.
Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.
Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan grato como a ellos les plazca.
Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.
Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.
Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.
No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.
Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.
Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas humanas cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.
Declaro con toda la sinceridad de mi corazón que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda

Dublín, Irlanda, 1729

miércoles, 7 de enero de 2009

Manifiesto Chelsea Hotel: YVES KLEIN

Debido a que he pintado monocromos por más de 15 años,

Debido a que he creado estados pictóricos inmateriales,

Debido a que he manipulado las fuerzas del vacío,

Debido a que he esculpido con fuego y con agua; a que he pintado con fuego y con agua

Debido a que he pintado con pinceles vivientes, en otras palabras, con el cuerpo desnudo de modelos vivas cubiertas con pintura: estos pinceles vivos estaban bajo la constante dirección de mis órdenes, por ejemplo les decía “un poco a la derecha; ahora hacia la izquierda; a la derecha nuevamente, etc.." Al mantenerme a una distancia específica y obligatoria de la superficie a pintar fui capaz de resolver el problema del desapego.

Debido a que inventé la arquitectura y el urbanismo del aire (por supuesto, este nuevo concepto trasciende el significado tradicional de "arquitectura y urbanismo”; mi objetivo desde el principio fue renovar la leyenda del paraíso perdido. Este proyecto fue dirigido hacia la superficie habitable de la tierra a través de la climatización de las grandiosas superficies geográficas mediante un absoluto control de la situación térmica y atmosférica que está en relación con las condiciones morfológicas y psíquicas.

Debido a que he propuesto una nueva concepción de música gracias a mi “sinfonía de silencio monotonal”

Debido a que he presentado un teatro del vacío, entre otras incontables aventuras...

Nunca hubiese creído hace quince años, mientras llevaba a cabo mis primeros esfuerzos, que de pronto sentiría la necesidad de justificarme, de satisfacer el deseo de saber la razón de todo lo que ha ocurrido e incluso el aún más peligroso efecto causado. En otras palabras, la influencia que mi arte ha tenido sobre la joven generación de artistas contemporáneos en el mundo.

Me molesta oír que un cierto número de ellos cree que represento un peligro para el futuro del arte, que soy uno más de esos desastrosos y molestos resultados de nuestros tiempos que deben ser aplastados y destruidos antes de que la propagación de mi mal se apodere de todo completamente.

Lamento decir que esta no era mi intención; y quiero declarar alegremente frente a aquellos que evidencian fe en la multiplicidad de nuevas posibilidades en los caminos que describo, ¡que se cuiden! Nada se ha cristalizado aún, ni puedo decir lo que pasará después de esto. Sólo puedo decir que ya no tengo miedo como ayer al enfrentarme al recuerdo del futuro.

Un artista siempre se siente incómodo cuando es llamado a hablar de su propio trabajo. Debería hablar por sí mismo, sobre todo cuando es válido.

¿Qué puedo hacer? ¿Detenerme ahora?

No, lo que llamo “la indefinible sensibilidad pictórica” me impide absolutamente esta solución.

Así que...

Pienso en esas palabras que escribí alguna vez inspirado: "Acaso el futuro artista no será el que se exprese mediante un eterno silencio, mediante una inmensa pintura que no posea dimensiones?

Los que frecuentan galerías de arte, como cualquier otro público, carga con un inmenso cuadro en su memoria (una recuerdo que no derivaría para nada del pasado, sino que por sí solo nos permite reconocer la posibilidad de acrecentar indefinidamente lo inconmesurable en el interior de la sensibilidad humana).

Es necesario crear y recrear una constante fluidez física para poder recibir la gracia que permite una creación positiva desde el vacío.

Así como cree una sinfonía monótona silente en 1947 compuesta de dos partes (un enorme sonido continuo seguido de un silencio igualmente enorme y extenso, provisto de una dimensión limitada), voy a intentar hacer desfilar ante ustedes una pintura escrita de lo que es la corta historia de mi arte, a la que seguirá naturalmente (al final de mi exposición) un puro silencio efectivo.

Mi exposición se terminará con la creación de un irresistible silencio a posteriori, cuya existencia está inmunizada contra todas las cualidades destructivas del ruido físico en nuestro espacio común, que no es otro después de todo que el espacio de un único ser viviente.

Esto depende en gran parte del éxito de mi cuadro escrito en su fase técnica y audible inicial. Solamente así el extraordinario silencio a posteriori en medio del ruido, lo mismo que en la célula del silencio físico engendrará una nueva y única zona de sensibilidad pictórica de lo inmaterial.

Ya que hemos alcanzado este punto del espacio y el conocimiento, propongo prepararme para el salto, dar unos pasitos hacia atrás, y saltar sobre el trampolín de mi evolución.

Así como un clavadista olímpico, a la manera más clásica del deporte, para prepararme a saltar sobre el futuro de hoy debo moverme con prudencia hacia atrás, sin siquiera perder la vista del borde que hemos conseguido a conciencia en la actualidad; la inmaterialización del arte.

¿Cuál es el propósito de este viaje retrospectivo en el tiempo?

Simplemente quiero evitar que ustedes o yo caigamos bajo el poder de ese fenómeno de los sueños que provoca la descripción de los sentimientos y paisajes de nuestro brusco aterrizaje en el pasado. Ese pasado sicológico es justamente el anti-espacio que dejé atrás en el curso de mis aventuras de los últimos quince años.

En la actualidad me siento entusiasmado particularmente con el “mal gusto”. Estoy íntimamente convencido de que en la esencia misma del mal gusto existe una fuerza capaz de crear cosas que están situadas mucho más allá de lo que se llama tradicionalmente “la obra de arte”. Quiero jugar fría y ferozmente con el sentimentalismo humano, con su morbidez.

Sólo muy recientemente me he convertido en una especie de sepulturero del arte (bastante curioso, en estos momentos utilizo los mismos términos de mis enemigos). Algunas de mis obras más recientes son ataúdes y tumbas. Al mismo tiempo lograba pintar con fuego; utilizaba llamas de gas particularmente potentes y abrazadoras, cuya altura alcanzaba a veces los tres o cuatro metros, y las hacía lamer la superficie de la pintura de tal modo que ésta registrara el trazo espontáneo del fuego.

Mi propósito, en suma, es doble. En primer lugar registrar la impronta del sentimentalismo del hombre en la civilización actual, y luego registrar el trazo del fuego, quien ha engendrado esta misma civilización. Y todo ello porque el vacío siempre ha sido mi preocupación esencial, y estoy convencido de que en el corazón del vacío, lo mismo que en el corazón del ser humano, hay fuegos ardiendo.

Todos los hechos que se contradicen son auténticos principios de una explicación del universo. Ciertamente, el fuego es uno de esos principios, contradictorio en esencia, porque es al mismo tiempo luz y dulzor y la tortura que ahonda en el corazón y en el origen de nuestra civilización. Pero, ¿qué es lo que me incita a indagar en el sentimentalismo a través de la fabricación de supertumbas y superataúdes? ¿Qué es lo que me lleva en busca de la impronta del fuego? ¿Por qué es necesario que busque el trazo en sí mismo?

Porque todo trabajo de creación, sin importar su posición cósmica, es la representación de una pura fenomenología: todo lo que es fenómeno se manifiesta por sí mismo. Esta manifestación se distingue siempre de la forma y es la esencia de lo Inmediato, el trazo de lo Inmediato.

Hace algunos meses, por ejemplo, sentí la urgente necesidad de registrar los signos del comportamiento atmosférico, grabando sobre un lienzo los primeros trazos instantáneos de las lluvias de primavera, los vientos del sur y los relámpagos (no es necesario precisar que esta última tentativa se saldó con una catástrofe). Por ejemplo, un viaje de parís a Niza hubiera sido una pérdida de tiempo si no lo hubiera aprovechado para hacer un registro del viento. Coloqué un lienzo embardunado con pintura fresca en el techo de mi citroën blanco. Y, mientras atravesaba la nacional VII a 100 por hora, el calor, el frío, la luz, el viento y la lluvia consiguieron que mi lienzo envejeciera prematuramente. Treinta o cuarenta años al menos estaban reducidos a una sola jornada. Lo único fastidioso en este proyecto es que no podía separarme de mi pintura en todo el viaje.

Los grabados atmosféricos que registré hace algunos meses fueron precedidos por impresiones vegetales. Después de todo, mi propósito no es sino extraer y obtener de los objetos naturales el trazo de lo inmediato, sea cual sea el origen (ya sea de circunstancias humanas, animales, vegetales o atmosféricas).

Ahora me gustaría, si conceden su permiso y extrema atención, divulgarles la que probablemente es la fase más importante y ciertamente la más secreta. No sé si me creerán, pero es el canibalismo. Después de todo, ¿no será preferible ser devorado que ser bombardeado hasta morir? Me resulta difícil desarrollar esta idea que durante años me ha atormentado. Así que se las dejo a ustedes para que saquen sus propias conclusiones con respecto al futuro del arte.

Si damos un paso atrás otra vez, siguiendo los procesos de mi argumentación, llegamos al momento en que imaginé la pintura hecha con pinceles vivientes. Eso fue hace dos años. La finalidad de tal proceso era conseguir mantener una distancia definida y constante entre el cuadro y yo durante el momento de la creación.

Muchos críticos se quejaron de que mediante este método no hacía nada más que recrear la técnica de lo que se ha llamado action painting. Pero me gustaría que nos diéramos cuenta de que lo que yo emprendí se distinguía de la action painting en que yo estoy completamente libre de todo trabajo físico durante el tiempo que dura la creación.

Para no citar más que un ejemplo de los errores antropométricos que se pueden encontrar en las ideas deformadas que ha divulgado la prensa internacional, hablaré de ese grupo de pintores japoneses que con gran refinamiento utilizaron mi método de una manera extraña; estos pintores se transformaron ellos mismos en pinceles vivientes. Al sumergirse en los colores y rodar por lienzos se hicieron representantes de algo así como un ultra-action-painting. Personalmente nunca intentaría embadurnarme el cuerpo y así convertirme en un pincel viviente. Al contrario, prefiero usar mi esmoquin y guantes blancos.

Nunca se me ocurriría ensuciarme las manos con pintura. Separado y distante, la obra de arte debe completarse bajo mi vigilancia y mis órdenes.


Entonces, desde que la obra comienza a completarse, estoy ahí, presente en la ceremonia, inmaculado, calmo, distendido, perfectamente consciente de lo que ocurre y dis¬puesto a recibir el arte naciente al mundo tangible.

¿Qué es lo que me ha llevado a la antropo¬metría? La respuesta se encuentra en las obras que he ejecutado entre 1956 y 1957, cuando participaba en la aventura de la creación de la sensibilidad pictórica inmaterial.

Acababa de deshacerme en mi taller de todas mis obras anteriores. Resultado: un taller vacío. Todo lo que podía hacer físicamente era quedarme en mi taller vacío, y se desplegaba maravillosamente mi actividad creadora de estados pictóricos inmateriales. Poco a poco empecé a desconfiar de mí mismo, pero nunca de lo suprasensible. A partir de ese momento trabajaría con modelos, siguiendo el ejemplo de todos los pintores. Pero, al contrario de ellos, yo sólo quería trabajar en compañía de las modelos, pero no que posaran para mí.

Había pasado demasiado tiempo solo en aquel taller vacío: no quería quedarme solo por más tiempo en aquel vacío maravillosamente azul que estaba abriéndose.

Aunque pueda parecer raro, ¿se acuerdan que dije ser perfectamente consciente de no poseer el vértigo que sentían mis predecesores cuando se encontraban cara a cara con el vacío absoluto, que naturalmente es el verdadero espacio pictórico?

Pero ¿cuánto tiempo podría perdurar mi seguridad habiendo tomado consciencia de esto?

Hace años, el artista iba derecho al tema, trabajaba en el exterior, en el campo, y tenía los pies en la tierra, era algo saludable.

Hoy en día los pintores de caballete se han vuelto academicistas y han ido tan lejos que se encierran en sus talleres para enfrentarse a los terribles espejos de sus lienzos. Ahora tengo claro qué es lo que me llevó a querer trabajar con modelos desnudas: quería evitar convertirme en prisionero de las altamente espirituales esferas de la creación. Si no, me habría enemistado con el sano juicio, que una y otra vez nos comunica que somos seres de carne y hueso.

No me interesaban los contornos del cuerpo, su forma, sus singulares colores, que fluctúan entre la vida y la muerte. Sólo es válido el clima animado, puro y esencial de la carne.

Al haber rechazado la nada descubrí el vacío. El significado de las zonas cromáticas supra¬sensibles surgidas de las profundidades del vacío, que yo dominaba por entonces, era de un orden bastante material. Puesto que consideraba inaceptable vender estas zonas suprasensibles por dinero, pedí por el más valioso elemento de lo suprasensible, el más valioso elemento de lo material, una barra de oro. Vendí un gran número de estos estados pictóricos suprasensibles, por improbable que parezca.

Podría contar otras cosas sobre mi aventura en el interior de lo suprasensible y del vacío, pero esto nos llevaría a una larga pausa, y yo ahora me ocupo ininterrumpidamente del desarrollo de una pintura escrita.

Ya no me parecía que la pintura había de ser relegada funcionalmente a la mirada, desde que, en el curso de mi período monocromo azul de 1957, tomé conciencia de lo que llamé la sensibilidad pictórica. Esta sensibilidad pictórica existe más allá de nosotros y, con todo, aún pertenece a nuestra esfera. No tenemos derecho alguno a la posesión sobre la vida en sí. Sólo con la intermediación de la sensibilidad en nuestra toma de posesión podemos comprar la vida. La sensibilidad que nos permite perseguir la vida al nivel de sus manifestaciones materiales de base, en los intercambios y el trueque que representa el universo del espacio, de la totalidad inmensa de la naturaleza.

¡La imaginación es el vehículo de la sensibilidad!

Transportados por la imaginación (eficaz) alcanzamos la vida, la vida misma, que es el arte absoluto.

El arte absoluto, lo que los mortales lla¬man, bajo una sensación de vértigo, la suma del arte, se materializa instantáneamente. Hace su aparición en el mundo tangible incluso mientras vivo en un lugar fijado geométricamente, en la estela de desplazamientos volumétricos extraordinarios con una velocidad estática y vertiginosa.

La explicación de las condiciones que me han llevado a la sensibilidad pictórica se encuen¬tra en la fuerza intrínseca de los monocromos de mi período azul de 1957. Este período de mono¬cromos azules era el fruto de mi exploración de lo indefinible en la pintura, aspecto que fue capaz de señalar, ya en su época, el maestro Delacroix.

De 1946 a 1956 mis experiencias mono¬cromas efectuadas con otros colores distintos al azul no me hicieron perder de vista la verdad fundamental de nuestro tiempo, a saber, que la forma ha dejado ya de ser un simple valor lineal, sino que será en lo sucesivo un valor de impregnación. Cuando, aún adolescente, en 1946, quise escribir mi nombre del otro lado del cielo durante un fantástico viaje "realístico-imaginario". Aquel mismo día, mientras estaba tumbado en la playa de Niza, sentí aversión hacia los pájaros que volaban de acá para allá en medio de mi bello cielo azul sin nubes, porque intentaban hacer agujeros en la más bella y mayor de mis obras.

Hay que destruir hasta el último pájaro.

Sólo entonces, nosotros, humanos, habremos adquirido el derecho de evolucionar en plena libertad, sin ninguna traba física ni espiritual.

Ni los misiles, ni los cohetes, ni los sputnik harán del hombre el "conquistador" del espacio.

Esos medios no proceden sino de la fantasmagoría de los sabios de hoy, que aún están animados por el espíritu romántico y sentimental del siglo XIX.

El hombre no llegará a tomar posesión del espacio más que a través de las fuerzas terroríficas, las impregnadas paz y sensibilidad. Podrá conquistar el espacio -que ciertamente es su deseo más querido- sólo después de haber realizado la impregnación del espacio con su propia sensibilidad. Su sensibilidad puede incluso leer en la memoria de la naturaleza, ya se trate del pasado, del presente o del futuro!

¡Es nuestra verdadera capacidad de acción extradimensional.

Y, si es necesario, he aquí algunas pruebas, precedentes o precursores: Dante describió en su Divina Comedia con una precisión absoluta lo que razonablemente ningún viajero de su tiempo habría podido descubrir: la constelación, invisible desde el hemisferio norte, conocida bajo el nombre de Cruz del Sur.

Jonathan Swift, en sus Viajes de Gulliver, descubrió las distancias y los períodos de rotación de dos satélites de Marte, por ese tiempo completamente desconocidos.

Cuando el astrónomo americano Asaph Hall los descubrió en 1877, las mediciones que hizo coincidían con las de Swift. ¡Presa del pánico, los llamó "Phobos" y "Deimos", Miedo y Terror! Con estas dos palabras, "Miedo" y "Terror", me encuentro ante ustedes en este año de 1946, dispuesto a zambullirme en el vacío.
¡Larga vida a lo inmaterial!
Y, ahora
les agradezco su amable atención.

YVES KLEIN